“Empiezo con la meditación, luego a practicar reiki y un poco de magia; porque en la Nueva Era no importa que seas católico o protestante, todo se puede mezclar. Eso es la Nueva Era que trata de alejarnos de la fe y del amor a Dios, confundiéndonos”, explica la líder empresarial boliviana Liliana Almanza Álvarez. Decía G. K. Chesterton que “cuando una persona deja de creer en Dios, enseguida cree en cualquier cosa” y esto es precisamente a ella. Su alejamiento de la fe comenzó poco tiempo después de recibir la Primera Comunión. Ya nunca más -hasta su conversión de adulta- volvería a confesarse o sentir remordimiento por comulgar a pesar de su alejamiento de la fe las ocasiones en que regresó a misa. “Si bien era católica… a partir de la adolescencia empiezo a alejarme de la fe leyendo falsas doctrinas, buscando en el ocultismo”, cuenta Liliana a la periodista Ana Beatriz Becerra, para Portaluz.

Por sugerencia de una amiga, relata, comenzó su devoción -benéfica en apariencia- por los ángeles; pero en la versión conceptual de la New Age para estas entidades. La amiga tenía además por referente a su abuelita que era “Rosacruz”, la secta esotérica gnóstica.

Como refuerzo formativo, Liliana incorporó a sus creencias conceptos de metafísica que conoció leyendo libros de una conocida propulsora de la New Age: Conny Méndez. Son miles las personas que caen seducidas por el marketing de esta mujer y Liliana Almanza fue una de ellas.

El esoterismo destruía la falta de libertad de Liliana

Las garras del enemigo

En resumen: su devoción a esas entidades que llamaba ángeles, la abuela Rosacruz de su amiga como referente simbólico y el bombardeo conceptual de Méndez, Almanza creía estar viviendo un despertar de su existencia; se volcó entonces a consumir el inagotable mercado de ofertas de la New Age. “Empiezo con la meditación, luego a practicar reiki y un poco de magia; porque en la Nueva Era no importa que seas católico o protestante, todo se puede mezclar. Eso es la Nueva Era que trata de alejarnos de la fe y del amor a Dios, confundiéndonos”.

Diez años estuvo Liliana, con el acelerador a fondo, en estas andanzas. Eso hasta que nació su primer hijo, el cual comenzó a presentar diversas enfermedades que ponían riesgo su vida. Fue entonces que el orden de creencias New Age de esta madre primeriza muestra su debilidad para sostenerla o dar respuestas y ella colapsó presa de su fragilidad espiritual. Vino un período en el cual pareció declinar en su afán soberbio de controlarlo todo. Pero fue apenas circunstancial y pronto volvió a olvidarse de Dios retomando sus sesiones de maestría en Reiki. “Llegué hasta el tercer nivel de reiki y solo me faltaba un nivel más para ser maestra de reiki”.

Sin conciencia de ofender a Dios

Aún asistía de tiempo en tiempo a misa, pero nunca a una Eucaristía completa, sino que “llegaba siempre cuando ya estaban terminando de consagrar”, explica Liliana y agrega que esto sucedía -hoy lo sabe- por “las ataduras que el enemigo te pone”.

“Nunca me había confesado con un sacerdote, comulgaba en pecado mortal, porque yo no sabía, era muy ignorante, no tenía formación”, confidencia. Continuó años así, oscilando entre la New Age, una fe tibia sin ser consciente de estar ofendiendo a Dios y dedicando gran parte de las horas de cada día al trabajo empresarial. En estas circunstancias había llegado a tener “mucho cariño” a una mujer que le cuidaba a su hijo mayor y luego también a su hija.

Cuando a esa persona de tanta confianza le diagnosticaron cáncer, Liliana se quebró emocionalmente. “Sin poder para de llorar”, dice, presa de sus miedos, acudió primero donde un sacerdote quien intentó tocar las fibras de su alma ante el Santísimo y entregándole un díptico de pauta, le propuso que orase una Novena al Divino Niño. Pero al día siguiente, tras recibir una llamada de su maestra de Reiki, Liliana se dejó arrastrar a un ritual que lideraban unos personajes desconocidos para ella –“terapeutas recién llegados de Brasil”, le dijeron- y que acabó descubriendo era una sesión de espiritismo. Huyó de aquel lugar y se fue a orar a una capilla de la Parroquia San Pedro, en Cochabamba. Sería el inicio de su verdadera conversión…

La devoción al Divino Niño convirtió a Liliana

La oveja perdida es rescatada

Nada más entrar se situó ante el Santísimo, “me arrodillé y le dije: ‘Yo no sé, Señor, qué estoy haciendo mal o bien, no entiendo lo que está pasando, no sé dónde me puedo acercar a encontrar ayuda’”.

Derrumbadas todas sus defensas, en silencio, se abandonó, y en aquella quietud Dios trajo a su mente el recuerdo de un templo, la Parroquia San Miguel Arcángel y el sacerdote del lugar, el padre Walter Rocha, que había conocido años atrás. Liliana dice que después de estar en esa capilla, aunque las personas vinculadas al círculo de la New Age, el reiki, “insistían en que regresara a la terapia” (espiritismo), ella no fue más.

En su lugar buscó al padre Rocha, le expuso su historia de vida y este le contactó con otro sacerdote. “Me hicieron oración de liberación y después me confesé con el sacerdote que me regaló la novena y medallitas del Divino Niño, el padre Hugo Saravia, en la Parroquia del Divino Maestro, en Cochabamba”.

Desde entonces hasta hoy Liliana Almanza a sus 43 años, viuda, madre de dos hijos, gerente de marketing, da una buena batalla espiritual con las armas de la fe desde el seno de la Iglesia. Durante los últimos meses se ha mantenido activa en el Consejo de Laicos, vinculado a la Iglesia Católica de Bolivia, promoviendo la oración del rosario, como también la devoción al Santísimo Sacramento, para consolidar la paz y bienestar en su país.