Se llamaba Antonietta Meo, aunque coloquialmente era conocida como Nennolina. Tan sólo tenía seis años y medio cuando murió en Roma de un tumor en 1937, pero inmediatamente a su muerte se suceden una catarata de conversiones y gracias que propicia el interés de una buena parte de Italia.

A los pocos meses se escriben reportajes, artículos de opinión y biografías que se traduciran a varios idiomas. Su fama de santidad se extiende a otras partes del mundo. Concluída, ya hace años, la fase diocesana del proceso de beatificación, la Iglesia podría hacerla santa muy pronto.


Si así fuera, Nennolina se convertiría en la santa más joven, no mártir, de la Historia de la Iglesia. Todo un acontecimiento que podría, además, revolucionar el debate emprendido por el Papa Pío X, y avivado últimamente por el cardenal Cañizares y el propio Benedicto XVI, sobre la conveniencia de adelantar la primera comunión de la niños a los seis años, invocando preservar la inocencia de los niños. Ya lo decía san Pío X: «¡Habrá santos entre los niños!».

Nennolina nace en Roma el 15 de diciembre de 1930 en una familia burguesa. Su hermana mayor, Margherita, que todavía vive en la casa familiar, cuenta a la revista 30 Giorni que «Nennolina era una niña alegre, inquieta y traviesa. Iba de buena gana a la guardería de monjas cerca de casa e, incluso, en cierta ocasión me llegó a decir: `¡yo en la escuela me divierto mucho... hasta iría de noche!´».


A los cinco años le diagnostican la enfermedad: osteosarcoma, y meses después, en abril de 1936, le amputan la pierna. Los padres de la niña ven conveniente –tras constatar el desarrollo de la enfermedad–, adelantar la primera comunión de Nennolina, encontrando en las monjas del colegio unas colaboradoras comprensivas.

La madre comienza a enseñarle un poco de Catecismo todas las noches, y la hija, en plan de juego, dicta cartas a su mamá, colocándolas en su mesiila de noche, debajo de la estatuilla del Niño Jesús «para que Él viniera de noche a leerlas».

La primera carta es del 15 de septiembre de 1936: «Querido Jesús, hoy voy de paseo y voy a mis monjas y les digo que quiero hacer la primera comunión en Navidad. Jesús ven pronto a mi corazón que yo te abrazaré muy fuerte y te besaré. Oh, Jesús, quiero que te quedes siempre en mi corazón».

Días después dicta otra carta a su madre: «Querido Jesús, yo te quiero mucho, te lo quiero repetir que te quiero mucho. Yo te ofrezco mi corazón. Querida Virgen, tú eres muy buena, toma mi corazón y llévaselo a Jesús».


Nennolina, sin saberlo, se convertiría en una apóstol de la gracia: «Hoy he sido algo caprichosa, pero tú Jesús bueno, toma en brazos a tu niña...». En otra ocasión dictará a su madre: «Tú ayúdame que sin tu ayuda no puedo hacer nada» o «tú ayúdame con tu gracia, ayúdame tú, que sin tu gracia nada puedo hacer. Te lo ruego, Jesús bueno, consérvame siempre la gracia del alma».

Con sólo seis años dictaba lo siguiente: «Mi buen Jesús, dame almas, dame muchas, te lo pido de verdad, te lo pido para que hagas que sean buenas y puedan ir contigo al Paraíso». Otros días, decía: «Te rezo por aquel hombre que ha hecho tanto daño»; «te rezo por aquel pecador que ya sabes, que es tan viejo y que está en el hospital de San Juan».


El 3 de julio de 1937, a primera hora de la mañana, Nennolina susurró a su padre sus últimas palabras: «Jesús, María, mamá, papá...». Dice la madre que se quedó mirando fijamente frente a ella, y después exhaló un sostenido suspiro. 

A la mañana siguiente, una multitud de vecinos conocedores de la vida tan extraordinaria de esta jovencita, transportó con emoción y lágrimas en los ojos el reducido ataúd blando a la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma.


A su muerte deja más de cien cartas dedicadas a Jesús, a María, a Dios Padre, al Espíritu Santo, a santa Inés y a Teresita del Niño Jesús, que conmueven a sus futuros lectores y acrecientan aún más su fama de santidad.

En 1942 se abrirá el proceso de beatificación en el que se incluirán los testimonios de las personas que le asistieron en los últimos meses de su enfermedad, y que declararon la serenidad y sacrificio con que Nennolina asumió los dolores de la enfermedad, ofreciéndolos siempre por Jesús.

Monseñor Montini, entonces sustituto del Secretario de Estado, y futuro Papa Pablo VI, tras leer algunas cartas de la pequeña Nennolina, ya una vez muerta, escribirá: «Obrando en las almas por las vías más misteriosas, concede a muchos penetrar, mediante la lectura de la vida de esta niña de menos de siete años, el misterio de esa sabiduría que se esconde a los soberbios y se revela a los pequeños».

Ésta es la pregunta que se han hecho muchos: De alguna manera, a lo largo de la Historia de la Iglesia se había considerado que hasta que un niño no alcanzara la edad de la razón (siete años), no podría tener aptitudes tan altas para la santidad. No había ninguna ley canónica que determinara la edad límite de todos aquellos a los que se pretendía beatificar, pero pesaba una cierta nebulosa negativa que no hacía factible ser receptivo a considerar posibles «niños santos».

Sin embargo, en 1981, una declaración de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos dejaba claro que la Iglesia reconoce que «también los niños pueden realizar acciones heroicas de fe, esperanza y caridad, y por consiguiente pueden ser elevados a los altares». 

El camino para proclamar santa a Nennolina se despejaba.