Desde la ventana del Palacio Apostólico, el Papa comentó este domingo en el Ángelus el Evangelio del día, en el que vemos a Jesús volver a Galilea, su patria chica, sin poder hacer allí ningún milagro, solo algunas curaciones, porque sufre "un clamoroso rechazo": no fue "profeta en su tierra".

La razón, explicó Francisco, es "el escándalo de la encarnación". Sus paisanos consideran que "Dios es demasiado grande para rebajarse a hablar por medio de un hombre tan sencillo", cuyos orígenes, trabajo y familia conocen: "El Hijo de Dios trastoca todos los esquemas humanos". Es el "hecho desconcertante de un Dios hecho carne, que piensa con mentalidad de hombre, trabaja y actúa con manos de hombre, ama con corazón humano; un Dios que se fatiga, que come y que duerme como uno de  nosotros".

"Esto es un motivo de escándalo y de incredulidad no solo en aquella época, sino en todas las épocas, incluso hoy", con "prejuicios que impiden comprender la realidad". 

El Señor, sin embargo, "nos invita a una actitud de escucha humilde y dócil atención, porque con frecuencia la gracia de Dios se presenta ante nosotros de formas sorprendentes, que no se corresponden a nuestras expectativas". 

"Debemos esforzarnos por abrir el corazón y la mente y acoger la realidad divina que viene a nuestro encuentro", concluyó el Papa: "Se trata de tener fe... Muchos bautizados viven como si Cristo no existiese. Se repiten gestos y signos de fe, pero no se corresponden con una adhesión real a la persona de Jesús y a su Evangelios. Todos los cristianos -todos y cada uno de nosotros- estamos llamados a profundizar en esa pertenencia fundamental, intentando dar testimonio de ella con una conducta de vida coherente, cuyo hilo conductor será siempre la caridad".

Tras el rezo del Angelus, Francisco recordó su encuentro del sábado en Bari con los patriarcas de las Iglesias orientales y líderes de comunidades ortodoxas, una jornada "de oración y reflexión por la paz" que además fue "signo de la unidad de los cristianos".