El próximo domingo 26 de noviembre, las Iglesias particulares celebran a nivel diocesano la XXXVIII Jornada Mundial de la Juventud, apenas tres meses después del éxito de la jornada internacional celebrada en Lisboa.

Preparando Roma 2025

Con ese motivo, el Papa Francisco ha dirigido un mensaje a los jóvenes, fechado el 9 de noviembre, que va encabezado por una de las exhortaciones que San Pablo dirige a los romanos: estad “alegres en la esperanza” (cf. Rm 12,12).

La JMJ de Lisboa "sobrepasó todas las expectativas", recuerda el Papa: "¡Qué hermoso fue nuestro encuentro en Lisboa! Una verdadera experiencia de transfiguración, una explosión de luz y alegría".

El mensaje que ahora les dirige es preparatorio para el Jubileo de los Jóvenes que se celebrará en Roma en 2025, dos años antes de la JMJ de Seúl. "En estos dos años de preparación al Jubileo", dice, "meditaremos primero sobre la expresión paulina 'Alegres en la esperanza' y luego profundizaremos la del profeta Isaías (40, 31) 'los que esperan en el Señor caminan sin cansarse”'.

La alegría del encuentro con Cristo

"La alegría en la esperanza", continúa Francisco, "no es fruto del esfuerzo humano, del ingenio o del arte. Es la alegría que nace del encuentro con Cristo. La alegría cristiana viene de Dios mismo, del sabernos amados por Él".

Sin embargo, aunque "la juventud es un tiempo lleno de esperanzas y sueños,... vivimos una época en la que para muchos, incluidos los jóvenes, la esperanza parece ser la gran ausente". Muchos "se ven afligidos por la desesperación, el miedo y la depresión" y "esto queda dramáticamente demostrado por el alto número de suicidios entre los jóvenes en varios países".

Cuando le preguntamos al Señor el porqué de todo esto, "nosotros podemos ser parte de la respuesta de Dios", porque, "creados por Él a su imagen y semejanza, podemos ser expresión de su amor, que hace nacer la alegría y la esperanza, incluso allí donde parece imposible".

Francisco ya hizo a los jóvenes una propuesta muy concreta en un mensaje de preparación de la JMJ de Lisboa.

Esa esperanza, continuó, es la esperanza del Sábado Santo, cuando la Iglesia conmemora el descenso de Cristo a los infiernos: "Lo podemos ver representado de forma pictórica en muchos iconos, que nos muestran a Cristo resplandeciente de luz bajando a las tinieblas más profundas y atravesándolas". Es también "la esperanza de la Virgen María, que se mantuvo fuerte junto a la cruz de Jesús, segura de que la 'victoria' estaba cerca".

Esa esperanza cristiana "no es un fácil optimismo, ni un placebo para incautos. Es la certeza, arraigada en el amor y la fe, de que Dios no nos deja nunca solos... No es negación del dolor y de la muerte, sino celebración del amor de Cristo Resucitado que está siempre con nosotros, aun cuando nos parezca lejano".

Una propuesta  para alimentar la esperanza

"Cuando la chispa de la esperanza se ha encendido en nosotros, a veces corremos el riesgo de que se apague por las preocupaciones, los miedos y las cargas de la vida cotidiana", afirma Francisco: "Pero una chispa necesita aire para seguir brillando y resurgir en un gran fuego de esperanza. Es la brisa suave del Espíritu Santo la que alimenta la esperanza; pero también nosotros podemos ayudar a alimentarla de varias maneras".

Primera y principal, la oración: "Rezar es como subir a gran altitud; cuando estamos en el suelo, muchas veces no podemos ver el sol porque el cielo está cubierto de nubes. Pero si nos elevamos por encima de las nubes, la luz y el calor del sol nos envuelven; y en esta experiencia encontramos la certeza de que el sol está siempre presente, aun cuando todo se vea gris".

Además, la esperanza se alimenta "con nuestras elecciones diarias,... elecciones muy concretas en la vida de cada día". Francisco pone como ejemplo las redes sociales, donde se comparten más las malas noticias que las noticias esperanzadoras: "Por lo tanto, les hago una propuesta concreta: traten de compartir cada día una palabra de esperanza. Conviértanse en sembradores de esperanza en la vida de sus amigos y de todos aquellos que los rodean".

"Una mirada iluminada por la esperanza también hace que las cosas se vean con una luz diferente", afirma el Papa hacia el final de su mensaje: "Hay y habrá siempre retos y dificultades, pero si tenemos una esperanza 'llena de fe', los afrontamos sabiendo que no tienen la última palabra, y nosotros mismos nos convertimos en una pequeña antorcha de esperanza para los demás".

Amar el tiempo donde Dios nos puso

Esa luz de la fe que da esperanza hay que llevarla "a la realidad y a las historias" concretas de quienes tenemos alrededor: "No debemos huir del mundo, sino amar a nuestro tiempo, en el que Dios nos ha puesto no sin razón. Sólo podemos ser felices compartiendo con los hermanos y hermanas la gracia recibida, que el Señor nos regala día tras día... No podemos guardar la esperanza cristiana sólo para nosotros mismos, como un bonito sentimiento, porque está destinada a todos. Acérquense en particular a aquellos de sus amigos que aparentemente sonríen, pero que por dentro lloran, pobres de esperanza. No se dejen contagiar por la indiferencia y el individualismo. Permanezcan abiertos, como canales por los que la esperanza de Cristo pueda fluir y difundirse en los ambientes donde viven".