El Papa Francisco apareció por sorpresa este martes en las conocidas conferencias TED (Tecnología, Entretenimiento y Diseño) que se han celebrado en Vancouver, Canadá. En un vídeomensaje de 18 minutos retransmitido desde el Vaticano, el Pontífice abogó porque la innovación "ayude a la inclusión social", y recordó a los asistentes el título que han dado este año a la reunión: El futuro eres tú.

El Santo Padre señaló que "el futuro y la vida fluyen a través de las relaciones". Añadió que "sería bueno si al crecimiento de las innovaciones científicas y tecnológicas correspondiese también una mayor igualdad e inclusión social; como sería bueno -indicó- que mientras descubrimos nuevos planetas distantes también descubriésemos las necesidades de nuestros hermanos y hermanas en órbita alrededor de nosotros".

El Papa pidió recordar, tal y como recoge EFE, que los triunfos se consiguen unidos, ya que "todos nos necesitamos los unos a los otros, ninguno de nosotros es una isla, un ser autónomo e independiente de los demás", así como que "sólo podemos construir el futuro juntos, sin excluir a nadie".

Además instó a los asistentes a memorizar que "el futuro de la humanidad no sólo está en manos de los políticos, los grandes líderes, las grandes empresas", sino "de personas que reconocen al otro como a ellos mismos y como parte de un nosotros".

Las conferencias TED, fundadas en 1984, tienen como finalidad "potenciar el poder de las ideas para cambiar el mundo" y, aunque inicialmente estaban orientadas fundamentalmente a la tecnología, en los últimos años se han ampliado hacia temas como el estilo de vida, la cultura y los negocios.



¡Buenas noches – o buenos días-  no sé que hora es allí donde  estáis vosotros!

A cualquier hora, sin embargo, estoy contento  de participar en vuestro encuentro. Me ha gustado mucho el título – “The future you” – porque, mientras mira hacia el futuro, invita ya desde ahora, al diálogo: mirando hacia el futuro, invita a dirigirse a un “tú”. “The future you”, el futuro lo haces tú, está hecho de encuentros  porque la vida fluye a través de las relaciones. Varios años de vida han hecho que en mí madurez cada vez más la convicción de que la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro.

Cuando encuentro o  escucho a los  enfermos que sufren, a los migrantes que se enfrentan a enormes dificultades en busca de un futuro mejor, a los presos que llevan el infierno en sus corazones, a personas, especialmente jóvenes, que no  tienen trabajo,  a menudo me acompaña  una pregunta: “¿Por qué ellos y no yo?”. Yo también nací en una familia de emigrantes: mi padre, mis abuelos, al igual que muchos otros italianos, emigraron a Argentina y conocieron la suerte  de los que se quedan sin nada. Yo también habría podido ser uno de los “descartados” de hoy. Por eso , en mi corazón está siempre esta pregunta: “¿Por qué ellos y no yo?”

Quisiera en primer lugar que este encuentro nos ayudase a recordar que todos  nos necesitamos  los unos alos otros, que ninguno de nosotros es una isla, un yo autónomo e independiente de los demás, que  podemos construir el futuro solo si estamos juntos, sin excluir a nadie. A menudo no pensamos en ello, pero en realidad todo está relacionado  y  necesitamos siempre reparar nuestros enlaces: también ese duro juicio que albergo en mi corazón contra mi hermano o mi hermana, esa herida no curada, ese  mal no  perdonado, ese rencor que solo me hará daño , es un pedazo de guerra que llevo dentro, es un fuego  en el corazón, que hay que apagar para que no se convierta en un incendio y no deje cenizas.

Muchos hoy en día, por diversas razones, parece que  no creen  posible un futuro feliz. Estos temores se deben tomar en serio. Pero no son invencibles. Se pueden superar si no nos  encerramos en nosotros mismos. Porque la felicidad sólo se experimenta como un don de la armonía de cada detalle con el todo. Incluso las ciencias – como  sabéis mejor que yo –  nos indican hoy  una comprensión de la realidad, donde todo existe en relación, en interacción constante con las otras.

Y aquí llego a mi segundo mensaje. ¡Que bonito sería si al crecimiento de las innovaciones científicas y tecnológicas correspondiera también una equidad  y una inclusión social cada vez mayores! ¡Que bonito sería que a medida que descubrimos nuevos planetas lejanos, volviéramos a descubrir  las necesidades del hermano  o  de la  hermana en órbita alrededor de mí! ¡Qué bonito sería que la fraternidad, esa palabra tan hermosa y, a veces incómoda, no se redujera exclusivamente a asistencia social, sino que se convirtiera en la actitud de fondo en las opciones  en el ámbito  político, económico, científico, en las relaciones entre las personas, entre los pueblos y los países!. Sólo la educación a la  fraternidad, a una solidaridad concreta, puede superar la “cultura del descarte” que no atañe solamente a la comida y a los bienes,  sino en primer lugar a  las personas que son marginadas por  sistemas técnico-económicos cuyo centro a menudo – sin que nos demos cuenta-  no es  el ser humano, sino los  productos del ser humano.

La solidaridad es una palabra que muchos quieren quitar del diccionario. La solidaridad, sin embargo, no es un mecanismo automático, no puede ser programado o controlado: es una respuesta libre que viene del corazón de cada uno. Sí, ¡una respuesta libre! Si uno entiende que su vida, aún en medio de muchas contradicciones, es un don, que el amor es el origen y el significado de la vida, ¿cómo se puede frenar el deseo de hacer el bien a los demás?

Para ser activos en el bien hace falta memoria, hace falta valor  y también creatividad. Me han dicho  que en TED se reúne mucha gente creativa. Sí, el amor exige una respuesta creativa, práctica e ingeniosa. No son  suficientes las buenas intenciones y las fórmulas usuales, que a menudo sólo sirven para apaciguar las conciencias. Ayudémonos juntos  a recordar que los otros no  son estadísticas o números: el otro tiene un rostro, el “tú” es siempre un rostro concreto, un hermano al que prestar atención.

Hay una historia narrada por Jesús  para que  entendiéramos la diferencia entre el  que no se incomoda y el que   cuida del otro. Probablemente habréis oído hablar de ella: es la parábola del buen samaritano. Cuando le preguntaron a Jesús: ¿Quién es mi prójimo?,  – es decir- ¿De quien debo cuidar? – Jesús contó esta historia, la historia de un hombre que los ladrones habían atacado, robado, golpeado y abandonado en medio del camino. Dos personas muy respetables en aquella época, un sacerdote y un levita,  lo vieron pero pasaron de largo. Entonces llegó un samaritano, que pertenecía a un grupo étnico despreciado, y este samaritano viendo  a este hombre herido en el suelo, no pasó de largo como los otros, como si nada hubiera sucedido, sino que  tuvo compasión. Tuvo compasión y la compasión lo llevó a hacer cosas muy concretas:  virtió aceite y  vino en las heridas del hombre, lo llevó a una posada  y pagó de su propio bolsillo para que lo cuidasen.

La del Buen Samaritano es la historia de la humanidad actual. En el camino de los pueblos  hay heridas causadas por el hecho de que  el centro lo ocupan el dinero, las cosas, no las  personas. Y a menudo, la gente que se considera “respetable”, tiene la costumbre de no  preocuparse por los demás, dejando a muchos seres humanos, pueblos  enteros, detrás, tirados por el suelo. Pero también están aquellos que dan vida a un nuevo mundo, cuidando de los demás, incluso a sus propias expensas. De hecho – decía la Madre  Teresa de Calcuta – no se puede amar si no a expensas propias .

Hay mucho que hacer, y debemos hacerlo juntos. Pero ¿qué hacer, con el mal que respiramos? Gracias a Dios, ningún sistema puede cancelar la apertura hacia el bien,  la compasión, la capacidad de reaccionar ante el mal que surgen del corazón del ser humano. Ahora bien, me podriaís decir:  “Sí, son bellas palabras, pero  yo no soy el Buen Samaritano y tampoco la Madre  Teresa de Calcuta”. En cambio, cada uno de nosotros es inapreciable; cada uno de nosotros es irreemplazable ante los ojos de Dios. En la noche de los conflictos que estamos atravesando, cada uno de nosotros puede ser una vela encendida que recuerda que la luz prevalece sobre la oscuridad, no al contrario.

Para nosotros, los cristianos,  el futuro tiene un nombre y este nombre es esperanza. Tener esperanza no significa ser optimistas ingenuos que ignoran el drama del mal de la humanidad. La esperanza es la virtud de un corazón que no se cierra en la oscuridad, no se detiene en el pasado, no  se mantiene a flote en el presente, sino que  sabe  ver el mañana. La esperanza es la puerta abierta hacia el porvenir. La esperanza es una semilla de  vida humilde y escondida pero que se transforma con el tiempo en un gran árbol.  Es como una levadura invisible, que hace subir toda la masa,  que da sabor a toda la vida. Y puede hacer mucho, porque basta una pequeña luz que se alimente de la esperanza, y la oscuridad ya no será completa.  Basta un  hombre solo , para que haya esperanza, y ese hombre puedes ser tú. Después hay otro “tú” y otro”tú”, y entonces nos convertimos  en “nosotros”. Y cuando existe el “nosotros”, ¿comienza la esperanza? No. Esa empezaba  con el “tú”. Cuando existe el  nosotros, comienza una revolución.

El tercer y último mensaje que  me gustaría compartir hoy se refiere precisamente  a la revolución: la revolución de la ternura. ¿Qué es la ternura? Es el amor que se  hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos,a los oídos, a las manos. La ternura es usar los ojos para ver al otro, usar los oídos para escuchar al otro, para  oír el grito de los pequeños, de los pobres, de los que temen el futuro;  escuchar también el grito silencioso de nuestra casa común, la tierra contaminada y enferma. La ternura  consiste en utilizar las manos y el corazón para acariciar al otro. Para cuidarlo.

La ternura es el lenguaje de los más pequeños , del que necesita al otro: un niño siente afecto y conoce a su padre  y a su madre por las caricias, por la mirada, por la voz, por la ternura. Me gusta escuchar cuando el padre o la madre hablan a su niño pequeño,  cuando ellos también se vuelven hijos, hablando como habla él, el pequeño. Esta es la ternura, abajarse al  nivel del otro. También Dios se abajó en Jesús para ponerse a nuestro nivel. Este es el camino seguido por el Buen Samaritano. Este es el camino seguido por Jesús, que se abajó, que atravesó  toda la vida del ser humano con el lenguaje concreto del amor.

Sí, la ternura es el camino que han recorrido los hombres y las mujeres  más valientes y fuertes. La  ternura no es debilidad, es  fortaleza. Es el camino de la solidaridad, el camino de la humildad. Permitidme  decirlo claramente: cuanto más poderoso eres, cuanto más repercuten tus  acciones en la gente, más estás llamado a ser humilde. Porque, de lo contrario,  el poder  te arruina y tu arruinarás a los demás. En Argentina se decía que el poder es como la ginebra bebida con el estómago vacío: hace que te dé vueltas la cabeza, te emborrachas,  pierdes  el equilibrio y te lleva a hacerte daño o a hacérselo a los otros, si no lo juntas con la humildad y la  ternura. Con la  humildad  y el amor concreto, en cambio,  el poder – el más alto, el más fuerte – se convierte en servicio y difunde el bien.

El futuro de la humanidad no está solamente  en manos de los políticos,de  los grandes líderes,de  las grandes empresas . Sí, su responsabilidad es enorme. Pero el futuro está, sobre todo, en manos de las personas que reconocen al otro como  un “tú” y a ellos mismos como parte de un “nosotros” .

Nos necesitamos unos a otros.  Y por eso, por favor, acordáos también de mí con ternura, para que lleve a cabo la tarea que me ha sido confiada para el bien de los otros, de todos, de todos vosotros, de todos nosotros.Gracias.