Normalmente el Papa no pronuncia homilía en la misa del Domingo de Resurrección, pues se entiende que el sermón correspondiente a la fiesta es el que ha dicho durante la Vigilia Pascual.

Sin embargo Francisco hizo una excepción en la Pascua de 2017, con unas palabras que pronunció sin papeles en la Plaza de San Pedro y en las que reiteró algunos de los conceptos de su homilía de la noche anterior en la basílica.

Tras la proclamación de la primera lectura en español y de la segunda en francés, y del Evangelio en latín y en griego, y antes de que, en las ofrendas, durante unos minutos cayese sobre los presentes un aguacero considerable, Francisco recordó que Jesucristo es la piedra angular, “la piedra descartada que se convirtió en fundamento de nuestra existencia”, y que la Resurrección da sentido a los sufrimientos porque abre la puerta de la esperanza.


Antes del ofertorio, durante unos minutos cayó un chaparrón importante sobre los fieles congregados en la Plaza de San Pedro.

“¿Cómo es posible que si Jesús ha resucitado sucedan tantas desgracias: enfermedades, tráfico de personas, guerras, destrucción, mutilaciones, venganzas, odio? ¿Dónde está el Señor?”, se preguntó.
 
En la homilía, el Pontífice recordó cómo tras la cruz vino la confusión entre los discípulos de Jesús: “Tenían el corazón cerrado. Pasaron toda la jornada encerrados en el cenáculo porque tenían miedo de que les pasara a ellos lo que le pasó a Jesús. Sentían la tristeza de una derrota. El maestro, su maestro, aquel que tanto amaban había sido ajusticiado y muerto, y de la muerte no se regresa. Esta es la derrota, este es el camino de la derrota, el camino hacia el sepulcro”.
 
Pero inmediatamente llegó la alegría, pues cuando acuden al sepulcro lo encuentran vacío y “el ángel les dice: ‘no está aquí, ha resucitado’. Es el primer anuncio. La Iglesia no deja de decir que, ante nuestros fracasos, ante nuestros corazones cerrados, ‘detente, el Señor ha resucitado’”.


 

Francisco relató una conversación con un joven enfermo, a partir de la cual reflexionó sobre el sentido del sufrimiento en el mundo. “Ayer llamé por teléfono a un joven con una enfermedad grave. Se trata de un joven culto, un ingeniero. Hablando con él, para dar un signo de fe, le dije: ‘No hay explicación para lo que te sucede. Mira a Jesús en la cruz. Mira lo que hizo Dios con su hijo. No hay otra explicación’. Y él contestó: ‘Sí, pero a Él se lo pidieron, y dijo que sí. Sin embargo, a mí nadie me ha preguntado si quería esta cruz, y yo no he dicho que sí’”.
 
El Papa mostró comprensión ante las palabras de este joven: “A ninguno de nosotros nos han preguntado si estamos dispuestos a ir adelante con nuestra cruz, y sin embargo tenemos que llevarla. Y entonces la fe en Jesús se viene abajo”.
 
“Por eso la Iglesia continúa diciendo: ‘¡Jesús ha resucitado!’. Y esto no es una fantasía, la resurrección de Jesús no es solo una fiesta con muchas flores. Es mucho más: es el misterio de la piedra que fue descartada y que se convirtió en el fundamento de nuestra existencia”.
 

Para el Papa, la resurrección de Cristo demuestra la mentira existente en la cultura del usar y tirar en la que, lo que aparentemente no sirve, de descarta. La resurrección de Cristo “significa que, en esta cultura del descarte en la que lo que no sirve toma el camino del ‘usa y tira’ y acaba descartado, lo que no sirve termina siendo, en realidad, fuente de vida”.
 
“También nosotros, en esta tierra de dolor, de tragedia, con la fe en Cristo resucitado, tenemos un sentido”, señaló. “En medio de tanta calamidad hay un horizonte: está la vida, está la gloria. Es la cruz con esta ambivalencia. Mira adelante. No te cierres. Tú, pequeña piedra, tienes un sentido en la vida porque eres una piedra tomada de aquella gran piedra que la maldad del pecado ha descartado”.
 
Por lo tanto, “¿qué nos dice la Iglesia hoy ante tantas tragedias? Simplemente esto: la piedra descartada no resulta descartada. Las ‘piedritas’ que creen y se prenden de esa piedra, no terminan descartadas. Tienen un sentido”.
 
“Con este sentimiento la Iglesia repite desde dentro del corazón: ‘¡Cristo ha resucitado’. Pensemos un poco cada uno de nosotros en los problemas cotidianos, en las enfermedades que hemos vivido nosotros o alguno de nuestros parientes. Pensemos en las guerras, en las tragedias humanas. Simplemente, con voz humilde, sin flores, sólo delante de Dios, delante de nosotros mismos: ‘No entiendo esto, pero estoy seguro de que Cristo ha resucitado, y yo apuesto por ello’”.
 
El Papa concluyó con una petición a todos los congregados en la Plaza de San Pedro, que siguieron la Misa bajo una fuerte lluvia: “Vuelvan a sus casas hoy repitiendo en sus corazones: ‘¡Cristo ha resucitado!’”.