Ante miles de personas congregadas en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco ha rezado el Angelus  y centrado su intervención en dos puntos. Por un lado, la llegada inminente de la Navidad y por otro lado la situación crítica que se vive en Alepo (Siria) y los últimos atentados que se han producido en las últimas horas en Turquía y en Egipto, donde una bomba ha explotado en el acceso de la catedral copta.

De este modo, el Santo Padre ha indicado que "la Navidad está cerca, los signos de su aproximarse son evidentes en nuestras calles y en nuestras casas; también aquí en la Plaza se ha puesto el pesebre y al lado el árbol. Estos signos externos nos invitan a acoger al Señor que siempre viene y llama a nuestra puerta; llama a nuestro corazón para acercarse. Nos invitan a reconocer sus pasos entre los de los hermanos que pasan a nuestro lado, especialmente los más débiles y necesitados".

Además, añadía que "h​​oy somos invitados a alegrarnos por la venida inminente de nuestro Redentor; y estamos llamados a compartir esta alegría con los otros, donando consuelo y esperanza a los pobres, a los enfermos, a las personas solas e infelices".

Por otro lado, Francisco ha querido volver a incidir en la situación de Alepo. "Hago un llamamiento al compromiso de todos, para que se haga una elección de civilización: no a la destrucción, sí a la paz, sí a la gente de Alepo y de Siria", dijo el Papa tras la oración mariana.

Sobre los últimos atentados, el Papa ha dicho que este domingo "rezamos también por las víctimas de algunos brutales ataques terroristas que en las últimas horas han golpeado varios países. Son varios los lugares pero lamentablemente única es la violencia que siembra muerte y destrucción. Y única es también la respuesta: fe en Dios y unidad en los valores humanos y civiles".

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos el tercer domingo de adviento, caracterizado por la invitación de san Pablo: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. El Señor está cerca” (Fil 4, 4-5). No es una alegría superficial o puramente emotiva a la que nos exhorta el apóstol. Y tampoco esa mundana o esa alegría del consumismo, no no es esa. Se trata de una alegría más auténtica, de la que estamos llamados a redescubrir el sabor, el sabor de la verdadera alegría. Es una alegría que toca la intimidad de nuestro ser, mientras que esperamos a Jesús, que ya ha venido a traer la salvación al mundo, el Mesías prometido, nacido en Belén de la Virgen María. La liturgia de la Palabra nos ofrece el contexto adecuado para comprender y vivir esta alegría. Isaías habla de desierto, de tierra árida, de estepa (cfr 35,1); el profeta tiene delante de sí manos débiles, rodillas vacilante, corazones perdidos, ciegos, sordos y mudos (cfr vv. 3-6). Es el cuadro de una situación de desolación, de un destino inexorable sin Dios.

Pero finalmente la salvación es anunciada: “Sed fuertes, no temáis –dice el prófeta–.  Mirad a vuestro Dios, […] os salvará” (cfr Is 35,4). Y enseguida todo se transforma: el desierto florece, la consolación y la alegría impregnan  los corazones (cfr vv. 5-6). Estos signos anunciados por Isaías como reveladores de la salvación ya presente, se realizan en Jesús. Él mismo lo afirman respondiendo a los mensajeros enviados por Juan Bautista. ¿Qué dice Jesús a estos mensajeros? “Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan” (Mt 11,5). No son palabras, son hechos que demuestran cómo la salvación traída por Jesús, aferra a todo el ser humano y lo regenera. Dios ha entrado en la historia para liberar de la esclavitud del pecado; ha puesto su tienda en medio de nosotros para compartir nuestra existencia, sanar nuestras llagas, vendar nuestras heridas y donarnos la vida nueva. La alegría es el fruto de esta intervención de salvación y de amor de Dios.

Estamos llamados a participar del sentimiento de júbilo, este júbilo, esta alegría. Pero un cristisno que no está alegre, algo le falta a este cristiano, o no es cristiano. La alegría del corazón, la alegría dentro que nos lleva adelante y da el valor. El Señor viene, viene a nuestra vida como liberador, viene a liberarnos de todas las esclavitudes interiores y exteriores. Es Él quien nos indica el camino de la fidelidad, de la paciencia y de la perseverancia porque, a su llegada, nuestra alegría será plena.

La Navidad está cerca, los signos de su aproximarse son evidentes en nuestras calles y en nuestras casas; también aquí en la Plaza se ha puesto el pesebre y al lado el árbol. Estos signos externos nos invitan a acoger al Señor que siempre viene y llama a nuestra puerta; llama a nuestro corazón para acercarse. Nos invitan a reconocer sus pasos entre los de los hermanos que pasan a nuestro lado, especialmente los más débiles y necesitados.

Hoy somos invitados a alegrarnos por la venida inminente de nuestro Redentor; y estamos llamados a compartir esta alegría con los otros, donando consuelo y esperanza a los pobres, a los enfermos, a las personas solas e infelices. La Virgen María, la “sierva del Señor”, nos ayude a escuchar la voz de Dios en la oración y a servirlo con compasión en los hermanos, para alcanzar preparados el encuentro con la Navidad, preparando nuestro corazón a acoger a Jesús.  

Después del ángelus, el Santo Padre ha añadido:

Queridos hermanos y hermanas,

Cada día estoy cerca, sobre todo en la oración, de la gente de Alepo. No debemos olvidar que Alepo es una ciudad, que allí hay gente: familias, niños, ancianos, personas enfermas… Lamentablemente ya nos hemos acostumbrado a la guerra, a la destrucción, pero no debemos olvidar que Siria es un país lleno de historia, de cultura, de fe. No podemos aceptar que esto sea negado por la guerra, que es un cúmulo de abuso de poder y falsedad. Hago un llamamiento al compromiso de todos, para que se haga una elección de civilización: no a la destrucción, sí a la paz, sí a la gente de Alepo y de Siria.

Y rezamos también por las víctimas  de algunos brutales ataques terroristas que en las últimas horas han golpeado varios países. Son varios los lugares pero lamentablemente única es la violencia que siembra muerte y destrucción. Y única es también la respuesta: fe en Dios y unidad en los valores humanos y civiles.

Quisera expresar una cercanía especial a mi querido hermano papa Tawadros II y a su comunidad, rezando por los muertos y los heridos.

Hoy, en Vientiane, en Laos, son proclamados beatos Mario Borzaga, sacerdote de los misioneros oblatos de María Inmaculada; Paolo Thoj Xyooj, fiel laico catequista  y catorce compañeros asesinados por odio a la fe. Su heroica fidelidad a Cristo pueda ser de aliento y de ejemplo a los misioneros y especialmente a los catequistas, que en las tierras de misión desarrollan una preciosa e insustituible obra apostólica, por la cual toda la Iglesia les está agradecida. Pensemos en nuestros catequistas, mucho trabajo hacen, buen trabajo, ser catequistas es algo bellísimo, es llevar el mensaje del Señor para que crezca en nostros. ¡Un aplauso a los catequistas, a todos!

Os saludo con afecto a todos vosotros, queridos peregrinos procedentes de distintos países. Hoy el primer saludo está reservado a los niños y chicos de Roma, venidos para la tradicional bendición de las figuras del “Niño Jesús” organizada por los oratorios parroquiales y las escuelas católicas romanas. Queridos niños, cuando recéis delante de vuestro pesebre con vuestros padres, pedid al Niño Jesús que nos ayude a todos a amar a Dios y al prójimo. Y recordad rezar también por mí, como yo me acuerdo de vosotros. Gracias

Saludo a los profesores de la Univerdad Católica de Sydney, la coral de Mosteiro de Grijó en Portugal, los fieles de Barbianello y Campobasso.

Os deseo a todos un feliz domingo. Y no os olvidéis de rezar por mí. Y una cosa quisiera decir a los niños y y chicos, queremos escuchar un canción vuestra ¡Buen almuerzo y hasta pronto!