Durante la t«arde del sábado el Papa visitó la Villa Nazaret, un centro que actualmente alberga a universitarios y a los que el Pontífice quiso dirigirse. Sergio Mora recoge en Zenit las respuestas que dio Francisco a estos estudiantes:

El Papa Francisco visitó este sábado por la tarde Villa Nazaret, una estructura de la Iglesia que nació en 1946, gracias a Mons. Tardini, que apenas terminada la II Guerra Mundial, la destinó a los niños huérfanos o sin recursos pero con talento, capaces de aprovechar una adecuada instrucción. Hoy en día en cambio, hospeda a jóvenes que estudian en universidades y que contrariamente no lograrían seguir sus carreras.

Villa Nazaret, en Roma, a poca distancia del Policlínico Gemelli, desde 1986 está a cargo del cardenal Achille Silvestrini, hoy con 93 años y en silla de ruedas, quien le dirigió un emotivo saludo al Santo Padre.

El Pontífice fue recibido por niños y una vez en la capilla de la institución tuvo un encuentro con algunos jóvenes universitarios, y después de la lectura del Evangelio que narraba la parábola del buen samaritano, explicó la misma, relacionándola con el trabajo que se realiza allí y centrándose en la frase ‘¿Quién es mi prójimo?’. E invitó sin miedo a no tener miedo de equivocarse o de ensuciarse las manos al ayudar al prójimo.

A la salida de la capilla una multitud de personas que trabajan en Villa Nazaret le recibieron calurosamente, el vicepresidente de la casa, Mons. Claudio María Celli, le agradeció y señaló que la imagen del buen samaritano podrá ser ahora puesta como símbolo de esta obra.

A continuación varias personas de la institución le hicieron siete preguntas. Una estudiante de medicina le interrogó cómo salir de la inmovilidad, a lo que el Papa indicó que es necesario poder dar el testimonio, incluso de recibir una bofetada.

Señaló que cuando estamos en la vida relativamente tranquilos está la tentación de la parálisis, de no arriesgar, de quedarnos quietos. En cambio es necesario acercarse a los problemas y salir de si mismo. “Es muy triste ver vidas estacionadas” dijo, a “personas que parecen más momias que seres vivientes”.

Un joven estudiante de medicina le preguntó sobre el testimonio de los mártires. Francisco evocó la tragedia de muchas comunidades esparcidas por el mundo y de su testimonio. Si bien precisó: “No me gusta y quiero decirlo claramente, no me gusta cuando se habla de genocidio de los cristianos en Oriente Medio, es un reducir”. La verdad es que se trata de “una persecución que lleva a los cristianos a la fidelidad y coherencia de la propia fe y el martirio es un misterio de la Fe”.

Y recordó a aquellos “cristianos coptos, hoy santos canonizados por la Iglesia copta, degoyados en las playas de Liba, todos murieron diciendo Jesús ayúdame“. Ellos “no eran doctores de teología, pero doctores de coherencia cristiana, testimonios de la fe”.

Y si bien precisó, que el martirio es lo máximo, no es el único modo de dar testimonio de Jesús. Porque está el martirio de todos los días, de la honestidad, de la paciencia, de la educación de los hijos, de la fidelidad al amor, cuando es más fácil tomar otra calle más escondida, como  “el paraíso de los sobornos”, con dinero sucio. Allí está el testimonio, el martirio.

El Papa señaló también que existe “el martirio del silencio delante de la tentación de las habladurías, que son como la bomba de un terrorista, no de un kamikaze porque este al menos tiene el coraje de morir, en cambio el otro se esconde”. Entretanto, ¿si nosotros somos hombres martirizados tenemos que tener cara larga? “No, está la alegría de la palabra Jesús, como los de la playa de Libia”, dijo.
 
Y añadió que “se necesita coraje y el coraje es un don del Espíritu Santo”. El cristiano es un hombre débil, pero cuando peca es capaz de reconciliarse con su propia debilidad. No como el fariseo que se pavoneaba.