Al comentar el Sermón de la Montaña, Evangelio de la misa del día, en el tradicional Angelus dominical en la Plaza de San Pedro, Francisco señaló que hay que vivir la Ley "como un instrumento de libertad, que me ayuda a no ser esclavo de las pasiones ni del pecado".

Tragedias como la de Imán Ahmed Laila, la niña siria desplazada muerta de frío esta semana junto a la frontera turca, se deben a esas pasiones, señaló el Papa: "Cuando se cede a las tentaciones y a las pasiones no se es señor y protagonista de la propia vida, uno se hace incapaz de gestionarla con voluntad y responsabilidad".

Las "cuatro antítesis" con las que Jesucristo formula el Sermón de la Montaña ("Habéis oído que se dijo... pero Yo os digo") se refieren a "situaciones de la vida cotidiana: el homicidio, el adulterio, el divorcio y los juramentos": "Jesús no declara abolidas las prescripciones concernientes a estas problemáticas, sino que explica su significado pleno e indica con qué espíritu hay que observarlas". Él nos anima a pasar de una "observancia formal" de la Ley a una "observancia sustancial", asumiendo la Ley no solo externamente, sino "en el corazón, que es el centro de las intenciones, de las decisiones, de las palabras y de los gestos", de donde parten "las acciones buenas y las acciones malas".

"Cuando no se ama al prójimo", añadió Francisco, "en cierto modo uno se mata a sí mismo y mata al otro, porque el odio, la rivalidad y las divisiones matan la caridad fraterna, que está en la base de las relaciones personales". Esto no solo lo atribuyó a las guerras, también "la lengua mata" con los chismes, dijo en consonancia con una de sus predicaciones más insistentes, contra la maledicencia.

Como Jesús "es consciente de que no es fácil vivir los Mandamientos" desde el corazón y no solo formalmente, "nos ofrece la ayuda de su amor: vino al mundo no solo para dar cumplimiento a la Ley, sino también para darnos su Gracia, para que podamos hacer la voluntad de Dios, amándole a Él y a los hermanos". Todo lo podemos con la gracia de Dios, dijo el Papa, pues de hecho "la santidad no es otra cosa que custodiar esa gratuidad que nos ha dado Dios, esa gracia".