En la misa celebrada en la Casa Santa Marta, Francisco ha continuado con su predicación de ayer sobre el perdón y sobre la idea del retorno al Señor como impulso para la oración, porque "la confianza en el Señor es segura", dijo este sábado: "Con esta esperanza el pueblo comienza el camino para volver al Señor. Y una de las maneras de encontrar al Señor es la oración. Recemos al Señor, volvamos a Él".

Es una idea que había evocado el viernes al comentar la lectura del libro de Oseas ("Vuelve Israel, al Señor, tu Dios, vuelve") citando un recuerdo personal: "Cuando lo escucho, recuerdo una canción que cantaba Carlo Buti hace 75 años y que se escuchaba con tanto placer en las familias italianas de Buenos Aires: Vuelve con tu papá. La canción de cuna todavía te cantará. Vuelve. Es tu padre quien te dice que vuelvas. Dios es tu papá, no es el juez, es tu papá: Ven a casa, escucha, ven". (La canción es Torna, piccina mia: aquí la letra traducida.)

Este sábado el Papa continuó insistiendo en esa idea del retorno a Dios mediante la oración. Para ello acudió a las parábolas de Jesucristo del hijo pródigo, del rico insensible a la miseria de los pobres y de los dos hombres que acuden al templo a rezar, el orgulloso creyéndose justificado y el humilde reconociéndose pecador.

En todos ellos aparecen "quienes tienen seguridad en sí mismos, o en el dinero o en el poder", y frente a ellos "el Señor nos enseña cómo rezar, cómo acercarnos al Señor", también según la imagen de la liturgia de San Juan Bautista, según la cual quienes acudían al Jordán a ser bautizados por el Precursor lo hacían "con el alma y los pies desnudos". Así hay que rezar, dijo Francisco, "con el alma desnuda, sin trucos, sin disfrazarse con las propias virtudes. Él perdona todos los pecados, pero necesita que yo le enseñe mis pecados con mi desnudez. Hay que rezar así, desnudos, con el corazón desnudo, sin taparlo, sin confiar ni siquiera en aquello que he aprendido sobre cómo hay que rezar. Rezar tú y yo, cara a cara, con el alma desnuda. Esto es lo que el Señor nos enseña".

Su acudimos a Dios "demasiado seguros de nosotros mismos", caemos en la "presunción" del fariseo, o del hermano mayor del hijo pródigo, o del rico que menospreció a Lázaro. Eso es poner nuestra confianza "en otra parte" distinta a Dios, y "no es el camino". "El camino es rebajarse, el camino es la realidad: 'Tú eres Dios y yo soy un pecador'. Ésa es la realidad. Pero no decir que soy pecador con la boca, sino con el corazón, sentirse pecador".

"Justificarse a sí mismo es soberbia, es orgullo, es disfrazarse de lo que no se es, y las miserias permanecen dentro. Hay que confesar los pecados sin justificarse", insistió, "sin decir 'Hice esto pero no fue culpa mía'".

"Que el Señor nos enseñe a comprender esta actitud para empezar la oración", concluyó: "Si empezamos la oración justificándonos con nuestras seguridades, no será oración, será hablar con el espejo. Por el contrario, si empezamos la oración con la auténtica realidad -'soy pecador, soy pecadora'-, es un paso adelante para dejarnos mirar por el Señor".