Como el hombre es un animal metafórico, la literalidad a menudo nos coge desprevenidos. Es el caso del arranque del Evangelio de Juan: la palabra se hizo carne. Lo que encierra, por supuesto, sus implicaciones teológicas trinitarias; pero también unas consecuencias literarias literales.

La vida de Jesús es, desde su nacimiento en Belén y de la estirpe de David, un cumplimiento alucinante de las profecías del Antiguo Testamento. Siendo esos libros la palabra de Yahvé, la carne de Jesús las puso (el Verbo) en acción. El resultado es una auténtica danza en la música del tiempo al pie de la letra. Cada acto de Jesús cumple un vaticinio, evoca una intertextualidad, encarna un símbolo…

Los evangelistas disfrutan una barbaridad el ritmo y llevan con las manos el compás. Se dieron cuenta de cuánto potencial apologético tenía un cumplimiento tan milimétrico de las milenarias escrituras. Pero el cumplimiento no se lo inventan: estaba incluso en los involuntarios actores secundarios. Hasta el mismísimo emperador Augusto, ¿no encarga un censo cuando conviene? Ya mayor, Jesús también se recrea (con qué sonrisa, le adivinamos) en recordar que en Él se van cumpliendo uno a uno los salmos. Nunca la profecía (que tendía a solemne y trágica) conllevó tanto humorismo implícito.

Es un sentido más hondo aún que el gran teatro del mundo de Calderón de la Barca y que el shakesperiano "Totus mundus agit histrionem" (todo el mundo hace teatro). Porque en Él, en el Actor, alcanzan su verdad los textos y no al revés.

La vida del Niño que acaba de nacer es un sin parar de ecos, referencias, guiños y hasta bromas cabalísticas: los doce cestos de restos tras la multiplicación de los panes y los peces, por ejemplo. John Bergsma en El Nuevo Testamento paso a paso expone un sinfín de casos.

Lo más gracioso es lo que la Navidad alumbra. El Niño nació y vivió sin impostar nada, aunque encajando en las profecías con la naturalidad con que una luz atraviesa un cristal. Es el modelo para los que pensamos que la literatura no es un entretenimiento, sino que configura la vida. Horacio apuntaba a eso: "Mutato nomine de te fabula narratur", esto es, "cambiando apenas el nombre propio, de ti hablan las historias". En Jesús, Hijo de David, no hay que cambiar ni el nombre. Perfecto Dios y perfecto hombre, también nos dejó el ideal del lector consumado. Se lee haciendo carne la palabra con toda la biografía.

Publicado en Diario de Cádiz.