Hace falta tener mucha paciencia para leer el texto completo que publica hoy, en primera página, The New York Times. Paciencia, porque es muy largo (3.900 palabras); paciencia, porque no demuestra lo que «promete»; y paciencia, porque no se sabe si estamos ante un reportaje informativo o ante un artículo de opinión. El texto, en efecto, tiene una tesis: que Benedicto XVI, «ahora está claro, fue parte [durante sus años en la Congregación para la Doctrina de la Fe] de una cultura de la no responsabilidad, de la negación, de los obstáculos legales y la obstrucción.» Todo esto, claro está, referido a la cuestión de los crímenes de abusos.
 
He de confesar que si el pedestal periodístico en el que tenía al New York Times, como mejor diario del mundo, se ha tambaleado fuertemente en los últimos meses, este texto le acaba de dar otra sacudida. El artículo-de-opinión- revestido-de-reportaje contiene una verdad clara: la confusión normativa que se ha vivido durante años ante los casos de abusos, a la que se intentó poner fin en 2001. La Santa Sede –como cualquier otra institución- ha ido mejorando su sistema conforme lo requerían las necesidades; posiblemente, con lentitud; pero lo ha hecho. De ahí que resulte un tanto molesto el mono-tono acusatorio del texto, que no se corresponde además con las pocas frases que se incluyen de testigos y expertos seleccionados por el propio diario, que son unánimes en destacar el papel positivo que en todo este proceso jugó el cardenal Ratzinger.
 
Es un poco triste que una periodista tenida por seria como Laurie Goodstein, coautora del texto, acabe caricaturizando -para dar más fuerza a su tesis- el trabajo de la Congregación para la Doctrina de la Fe en la época de Ratzinger. Afirma que en vez de perseguir a los criminales, durante sus veinte años como máximo responsable de este organismo, «el cardenal Ratzinger penalizaba públicamente a sacerdotes de Brasil y Perú por predicar que la Iglesia debería trabajar para fortalecer a los pobres y oprimidos». Un modo de describir la «teología de la liberación» que suena a tomadura de pelo, pero que refleja acertadamente el tono militante del «texto». ¿Qué le pasa al New York Times?