En su opúsculo La abolición del hombre (1943), C. S. Lewis defiende la existencia de un orden moral objetivo que los hombres -en cualquier época y en cualquier civilización, bajo las más diversas tradiciones religiosas o filosóficas- pueden aprehender a través de la razón. Un orden en el que, desde luego, el ser humano puede profundizar, logrando nuevos discernimientos, pero al que no puede aportar invenciones, del mismo modo que no puede «imaginar un nuevo color primario o crear un nuevo sol y un nuevo firmamento que lo contenga».

C. S. Lewis advierte sobre la emergencia de unos «innovadores sociales» -a quienes denomina «Manipuladores»- que, enarbolando la bandera del subjetivismo, postulan que este orden objetivo puede ser transformado, renovado y sustituido de manera arbitraria. Cuando tales Manipuladores, «armados con los poderes de un Estado omnímodo y una irresistible tecnología científica», logren moldear a una generación, el ser humano habrá dejado de existir. El origen último de toda acción humana dejará de ser algo dado (un datum que nos brinda la Naturaleza), para convertirse en algo que puede manipularse. De este modo, ‘bueno’ y ‘malo’ se convertirán en palabras vacuas, pues el contenido de las mismas se derivará, en adelante, de lo que los Manipuladores establezcan arbitrariamente. Y cuando estas categorías dejan de tener sentido, prevalece el que afirma: «Yo quiero».

Sic volo, sic iubeo. Los Manipuladores lograrán que las acciones humanas se guíen por el deseo, por el capricho, por la más pura apetencia disfrazada de fuerzas sentimentales. Y desde ese momento lograrán que los manipulados sean patéticos títeres en sus manos; y podrán moldear la posteridad a su antojo. En estos días, ante ley en ciernes que niega el orden moral objetivo, los tertulianeses de derechas advierten del problema que se planteará cuando señores con toda la barba entren en baños de mujeres, o compitan en disciplinas deportivas femeninas; o señalan que los padres podrán perder la custodia si se niegan a acceder a los deseos de un hijo menor que desea hormonarse o amputarse un miembro. Pero no advierten realidades infinitamente más pavorosas. Por ejemplo, que el ‘transgenerismo’, al pretender que menores que no han alcanzado un desarrollo orgánico ni intelectual tengan en cambio conciencia de su ‘identidad’ sexual, está sentando las bases para ‘normalizar’ los demonios más oscuros. Si se considera que los menores viven una plenitud sexual desde la infancia, ¿por qué no habrían de tener relaciones consentidas con adultos? Por supuesto, esta bestialidad los Manipuladores todavía no la formulan abiertamente, pero está inscrita en la lógica del nuevo paradigma que están imponiendo, ante el silencio de los corderos.

Sorprende que, mientras tantos corderos callan en estos días, o se limitan a hablar de baños públicos y competiciones deportivas, sean las feministas las que claman contra estas leyes. «Si estos callan, gritarán las piedras», leemos en el Evangelio.

Publicado en ABC.