Avanzamos raudos y ya expectantes hacia el día único, aunque celebrado cada año, del nacimiento de un Dios que quiso ser niño. Y ese día, en torno a la mesa engalanada, muchos que no lo somos pero lo fuimos quizá repararemos en cuántos niños faltan hoy en nuestros hogares. No siempre fue así, nunca antes las fiestas de Navidad tuvieron el predominio adulto que hoy observamos por doquier. Basta asomarse al arte navideño de siempre, a la literatura o al cine que se ocuparon de estas fechas para ver que bullen de niños porque, además del Niño, también ellos eran grandes protagonistas.

Hoy ya no es así y los hechos son inocultables. Como es costumbre, hace escasos días, en pleno Adviento -al igual que las cifras de abortos se publican siempre en el entorno del 28 de diciembre- se han publicado los datos de nacimientos y defunciones del primer semestre del año. Y en esta ocasión los resultados han sido catastróficos en sí y en la medida en que proclaman una tendencia al parecer irrefrenable. En España nacen hoy menos niños que nunca desde mediados del XVII, cuando la población era la quinta parte de la actual, pero es que de los 179.794 nacidos aquí, en realidad sólo 143.845 son de madre española. La brecha entre nacimientos y defunciones es ya de de casi 50.000 personas en seis meses, pero el problema principal no es ese en una población de 47 millones, al menos por ahora, sino el velocísimo envejecimiento al que asistimos.

Es una muestra de ceguera y una señal de hasta qué punto hemos desarrollado un feroz egoísmo social reducir el problema, como se suele hacer, a la cuestión de las pensiones. Mucho antes de que las pensiones sean impagables habrá crujido la sociedad entera por la imposibilidad del relevo generacional en trabajos cualificados, ante los problemas de soledad general y abandono de los mayores, por la falta de creatividad y vitalidad. La economía de una sociedad envejecida es de por sí insostenible, sin estímulos para la inversión ni el gasto, sin el compromiso hacia el futuro que sólo proporcionan los hijos. El suicidio demográfico nos lleva antes del desenlace a una sociedad triste, enferma, egoísta, patética. ¿Cómo es posible que la sociedad más opulenta de la historia esté minando de esta forma su futuro? Esta Navidad eche un vistazo alrededor de su mesa y medite en qué solo se va quedando el Niño.

Publicado en Diario de Sevilla.