Uno de los efectos más inesperados de la «crisis de los abusos» es que está permitiendo tratar abiertamente de temas «tabúes» que, en circunstancias normales, hubiera resultado difícil presentar en la plaza pública. Por ejemplo, que se hable en la prensa de la importancia de la castidad puede parecer imposible; sin embargo, la crisis ha permitido hablar también de esto (aunque, en algunos casos, con cierta incomodidad). La razón es que parece obvio que en el fondo de todos los delitos y escándalos que ocupan en estos meses la atención de los medios hay por lo menos una falta de castidad (entre otras cosas). Siguiendo el silogismo, se podría concluir que la castidad es incluso positiva...

Ahora se habla de pecado. El Papa ha dicho el domingo pasado que «el verdadero enemigo que hay que temer y combatir es el pecado, el mal espiritual, que a veces, por desgracia, contagia también a los miembros de la Iglesia». Y todo el mundo le ha entendido. En línea con lo que dijo en su viaje a Portugal, Benedicto XVI está subrayando que el peligro para la Iglesia no está fuera, sino dentro. No es la persecución o los titulares de prensa: el peor enemigo es precisamente el pecado.

Es un mensaje fuerte, que va al centro de la cuestión y que es el fundamento de la «operación limpieza», de la que se hablaba aquí hace meses, que no es una cuestión cosmética o una estrategia para salir del paso. Pienso que el Papa se está ganando a pulso, y en primera persona, la credibilidad. Bastaba estar esta mañana en la plaza de San Pedro para darse cuenta de que la gente ha entendido lo que está haciendo el Papa.

La Iglesia en la Prensa