China se resfría y la aldea global  se contagia en tiempo récord de sus virus y sus miedos. Estar en el selecto “club europeo” no es garantía de nada. El cisne negro Covid-19 ha puesto en jaque la sostenibilidad del sistema; viene a despertarnos del letargo en el que estábamos sumidos. Es imposible no reflexionar sobre la fragilidad de la vida humana y de las instituciones, el también frágil estado del bienestar, la confianza ciega en el progreso y la técnica. Nuestra civilización estaba herida y enferma de autosuficiencia mucho antes de que llegara el coronavirus.

No entro a analizar si las medidas adoptadas por Italia y Pedro Sánchez son las adecuadas porque ni ellos lo saben, ni a discutir sobre si se colapsará el sistema sanitario o si la OMS exagera con la declaración de la pandemia y esto pasará como pasaron en su día la gripe aviar y las vacas locas. No lo sabemos. Hay quien habla de masas rehenes de la dictadura democrática y de la ineptitud y desproporción de las medidas adoptadas. No lo sabemos.

El hombre actual, empachado de seguridades, no gestiona bien las incertidumbres. Desconocemos la duración y efectos que tendrá esta pandemia, las vidas humanas que se cobrará y lo letal que será para la economía, que antes de la llegada del coronavirus ya había entrado en un ciclo bajista. ¿Superará esta crisis macroeconómica a la recesión de 2008? Ni idea. Fragilidad e incertidumbre que desarman al autosuficiente hombre moderno, que todo lo espera de sí mismo, de la razón y la técnica, de las instituciones y de los “grandes del planeta”, incapaces de predecir y gestionar algo así. Que olvidó hace mucho tiempo que Dios nos hizo y somos suyos. Que en la vida y en la muerte somos del Señor. Somos criaturas y tenemos un Creador.

Si el cisne negro nos lleva a levantar la mirada al Cielo, no habrá sido tan negro como lo pintan. Más que criticar el comportamiento gregario de la masa y la histeria colectiva, pensemos e intercedamos por cada hermano nuestro, cada vecino, cada compañero a quien esta crisis pueda llevarle a mirar al Cielo. Las enfermedades no son castigos divinos sino oportunidades de conversión, desiertos que favorecen el encuentro. Altavoces con los que Dios intenta hablar a un mundo de sordos.

El salmo de hoy: “Dichoso el hombre que confía en el Señor”.