El ser humano existe en las formas específicas y complementarias de la masculinidad y feminidad, disparidad irreductible que ya comienza en el momento de la concepción, con diferencias permanentes de tipo biológico. Si el ser humano no se identificase con su sexo para proyectarse como masculino o femenino, estaríamos ante la indiferenciación sexual, en la que el que ser hombre o mujer no estaría determinado por el sexo, sino fundamentalmente por la cultura, aunque es cierto que las diferencias de tipo psicológico-social son muy variables según las diversas civilizaciones, culturas y mentalidades, 
 
La principal diferencia entre el hombre y la mujer se halla en los cromosomas sexuales: XX para la mujer y XY para el varón. La Biología enseña que toda célula humana está marcada por la sexualidad, pudiendo saberse de ella si es de un varón o de una mujer. Resulta curioso saber que el cromosoma Y, que determina la masculinidad, tiene tan solo una quinta parte del volumen del cromosoma X, y que ninguna célula fecundada puede vivir si no tiene al menos un cromosoma X. El estar la mujer mejor dotada de cromosomas X es seguramente la causa de su mayor esperanza de vida.
 
La otra diferencia fundamental es el distinto papel de los sexos ante la función biológica de la reproducción. La función biológica de la maternidad debe tomarla la mujer, que es un ser humano, como una vocación. Pero también el varón debe ser consciente de lo que significa la paternidad y no abdicar ni dejarse desposeer de sus responsabilidades en la procreación.
 
La Declaración de Derechos del Hombre de la ONU del 10-XII1948 proclama en su artículo 1º: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos», precisando el art. 2º que esto hay que entenderlo «sin distinción ninguna, especialmente de raza, color, sexo, religión, opinión política o cualquier otra opinión, origen nacional o social, fortuna, nacimiento o cualquier otra situación».
 
Años más tarde, el 7-XI1967, la Asamblea General sigue constatando la existencia de discriminaciones con respecto a la mujer y publica una «Declaración para la eliminación de la discriminación con respecto a las mujeres», declaración que insiste en la igualdad de derechos entre ambos sexos y pide en consecuencia la abolición de toda discriminación legal, salvo aquellas necesarias para proteger a la mujer contra ciertos tipos de trabajos poco acordes con su constitución física (art. 10 & 3). En cambio, intenta expresamente obtener igualdad de derechos en la vida familiar (art. 6), cultural (art. 9), económica y social (art. 10).
 
Actualmente en los países desarrollados la mujer tiene una expectativa de vida de más de 70 años. Entre los 20 y 45 años puede cumplir con los requisitos de la maternidad, refiriéndonos naturalmente a las que tienen hijos. ¿Qué hace el resto de su vida?
 
Indudablemente, la maternidad es muy importante, una realidad que estructura profundamente la personalidad femenina y además es colaborar de una forma concreta al plan de Dios, pero no es el único destino posible de la mujer. Si no fuese así, las personas sin hijos serían personas frustradas, mientras que está claro que la mujer puede realizarse en su matrimonio y maternidad, pero puede fracasar también en ellos y puede realizarse o no de otras maneras, como, por ejemplo, la virginidad. Las mujeres, poco a poco, han ido tomando conciencia de «ser personas» más allá de la maternidad.
 
Lo que está claro es que los seres humanos, tanto varones como mujeres, deben llegar a descubrir y realizar su propia vocación o sentido de su vida. Se necesita una justa valoración del trabajo desarrollado por la mujer tanto en el campo de su actividad profesional fuera de casa como en el de la familia. Afirmar la dignidad y los derechos de las mujeres exige respetar su libre opción. De tal modo que las mujeres que libremente lo deseen puedan dedicar la totalidad de su tiempo al trabajo doméstico, sin ser estigmatizadas socialmente y penalizadas económicamente. Es decir, si la mujer decide ocuparse con exclusividad de los asuntos hogareños, debe ser una conducta consciente, no una imposición consecuencia de no tener otra cosa mejor que hacer. En cualquier momento debe sentirse con libertad para poder salir de casa y ocuparse en estudiar, trabajar, o dedicarse a una acción cívica o religiosa. La supuesta dignidad y excelsitud de las tareas hogareñas no debe hacernos olvidar que la auténtica liberación femenina no se consigue añadiendo al cuidado del hogar un trabajo, sino compartiendo con el varón las responsabilidades del hogar; quien tiene que tener muy claro que ha de haber igualdad, interdependencia y complementariedad entre el hombre y la mujer en el matrimonio y en las instituciones sociales. Una sociedad estable necesita familias en la que ambos cónyuges se realizan como personas en el cumplimiento de sus compromisos con Dios, su cónyuge, su familia y con la comunidad. Todo lo que se haga para facilitar con medidas legislativas y de apoyo económico la libertad de opción de la mujer para poder hacer compatible la maternidad con el trabajo es una importante tarea que beneficia el matrimonio al no verse abocadas las mujeres a optar entre una cosa y otra.
 
El problema de la liberación femenina no debe considerarse como un fenómeno autónomo e independiente, sino como una parcela de la liberación global de la especie humana. Es necesario que el ser humano, tanto el varón como la mujer, pueda vivir su sexualidad de una forma humana y positiva.