En la serena quietud del monasterio Mater Ecclesiae, dentro de los jardines vaticanos, Joseph Ratzinger ha cumplido el viernes 16 de abril noventa y cuatro años. Una jornada que ha trascurrido con serenidad en compañía de su secretario personal Georg Gänswein y de las religiosas de Comunión y Liberación que le atienden. Por primera vez no ha podido recibir la felicitación de su hermano Georg, fallecido el 1 de julio del 2020 a los noventa y siete años de edad pocas semanas después de que el Papa emérito pudiese visitarle en su Baviera natal para despedirse de él.

En la historia de la iglesia el nombre de Benedicto XVI quedará marcado como el Papa que el 11 de febrero del 2013 dimitió de su cargo como Sucesor de Pedro ante la estupefacción general. Un gesto realizado con absoluta libertad y plena consciencia cuya grandeza algunos no han llegado a comprender ni valorar. Pero sería injusto reducir un fecundo pontificado de siete años a su renuncia.

Como ha puesto en evidencia la magnífica biografía publicada por el periodista alemán Peter Seewald, la vida de Ratzinger no puede reducirse a ese septenio puesto que antes de ser papa escribió algunos de los más profundos libros de teología y desde su puesto como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe fue el más estrecho colaborador de Juan Pablo II. Sin olvidar su contribución a los trabajos del Concilio Vaticano II a cuyas cuatro sesiones asistió como experto.

Los que hemos tenido el privilegio de seguirle de cerca y de tratarle en alguna ocasión nunca aceptaremos la imagen que se ha dado de él como un intransigente cancerbero de la doctrina y un despiadado inquisidor. Con humildad y firmeza, eso sí, cumplió con su lema episcopal de ser "colaborador de la verdad".

Publicado en La Razón el 18 de abril de 2021.