Hace unas semanas nos referimos a la relación entre el Estado y el mercado. Dijimos, en esa oportunidad, que una de las virtudes con la que cuenta la cosmovisión católica "es la de relacionar armónicamente realidades que son comunicadas en nociones y términos que resultan complementarios. Complementariedad que supone, a su vez, la distinción sin confusión". También apuntamos que "la Doctrina Social de la Iglesia afirma simultáneamente la necesidad del mercado y del Estado para un auténtico desarrollo del orden económico, que, por otra parte, se inserta en el desarrollo integral del hombre".­

Nos interesa, ahora, recordar otra relación vinculada al orden económico que es la establecida entre el trabajo y el capital. En este sentido, un texto del Magisterio de la Iglesia que recoge y que desarrolla el núcleo de la cuestión es la encíclica Laborem exercens de San Juan Pablo II (14 de septiembre de 1981).

Decimos que recoge y desarrolla teniendo presente, a su vez, lo señalado por Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009) cuando puntualiza que "no hay dos tipos de doctrina social, una preconciliar (Concilio Vaticano II) y otra postconciliar (Vaticano II), diferentes entre sí, sino una única enseñanza, coherente y al mismo tiempo siempre nueva. Es justo señalar las peculiaridades de una u otra Encíclica, de la enseñanza de uno u otro Pontífice, pero sin perder nunca de vista la coherencia de todo el corpus doctrinal en su conjunto" (n, 12).­

Una vez que San Juan Pablo II afirma la prioridad del "trabajo" frente al "capital" en relación al proceso de producción, teniendo en cuenta que el primero es siempre una causa eficiente primaria y el segundo es un instrumento o causa instrumental y que debe subrayarse y ponerse de relieve "la primacía del hombre en el proceso de producción, la primacía del hombre respecto de las cosas" (n. 12) afirma que "no se puede separar el 'capital' del trabajo, y que de ningún modo se puede contraponer el trabajo al capital ni el capital al trabajo, ni menos aún (...) los hombres concretos, que están detrás de estos conceptos, los unos a los otros" (n. 13).­

Complementariedad

Nos parece importante destacar esta complementariedad entre el trabajo y el capital -uno y otro vinculados al hombre, sujeto y protagonista de la vida económica- porque algunos podrían concluir, a partir de las injusticias generadas por el liberalismo económico en sus diversas formas a lo largo de la historia, que la solución adecuada consistiría en quedarse con el primero -el trabajo- y dejar de lado el segundo -el capital-. Nada más alejado de la Doctrina Social de la Iglesia.­

En realidad, como precisa el mismo San Juan Pablo II, "justo, es decir, conforme a la esencia misma del problema; justo, es decir, intrínsecamente verdadero y a su vez moralmente legítimo, puede ser aquel sistema de trabajo que en su raíz supera la antinomia entre trabajo y el capital, tratando de estructurarse según el principio expuesto más arriba de la sustancial y efectiva prioridad del trabajo, de la subjetividad del trabajo humano y de su participación eficiente en todo el proceso de producción, y esto independientemente de la naturaleza de las prestaciones realizadas por el trabajador".­

"La antinomia entre trabajo y capital -aclara San Juan Pablo II- no tiene su origen en la estructura del mismo proceso de producción, y ni siquiera en la del proceso económico en general. Tal proceso demuestra en efecto la compenetración recíproca entre el trabajo y lo que estamos acostumbrados a llamar el capital; demuestra su vinculación indisoluble".­

Se trata, ni más ni menos, que de la feliz comunión entre el trabajo y el capital que, en vistas al desarrollo integral del hombre, debe ser fomentada por el Estado, garante del bien común político, de acuerdo al principio de subsidiariedad y que, por esto mismo, no debe olvidar que los actores principales de esta relación trabajo-capital son los trabajadores y los empresarios mancomunados en un fin común

Al fin de cuentas, la empresa es no solamente una comunidad de trabajo sino, en primer lugar, una comunidad de vida.­

Publicado en La Prensa.