El semanario de información religiosa, Vida Nueva, destaca en su número 2.694 (612 de febrero de 2010), con portada incluida, una entrevista al presidente del Congreso de los Diputados, don José Bono, realizada por el propio director de la revista, en la que no se sabe qué admirar más, si la elección del personaje, la inoportunidad del momento o la bondad de las preguntas. Ni a Fernando VII se las ponían así.
 
Vida Nueva, que no se viene distinguiendo por una defensa gallarda y persistente (quizás alguna que otra vez...) de la familia perenne, el matrimonio natural de hombre y mujer –no hay otro que merezca ese nombre- y el derecho a la vida, sale ahora, en el momento de las deliberaciones parlamentaria sobre la nueva ley criminal que legaliza el aborto libre, entrevistando a un individuo tan controvertido como Bono, que alardea de católico, aunque a su modo, enfrentado a la jerarquía por el apoyo de aquel a la ley abortista.
 
Este hombre, que dice querer vivir «en una Iglesia en la que el mandamiento principal sea el del amor», no tiene empacho alguno en defender la muerte alevosa de los santos inocentes, olvidando, sólo puede ser de modo malicioso, que existe un mandamiento que dice, «no matarás», y menos a los seres humanos (sí, seres humanos, mal que le pese a la señora Aído y a toda la ralea socialista que la secunda), más indefensos y débiles de la naturaleza. Pero no es la primera vez que este señor olvida su pregonado amor fraterno, para atacar con saña a sus enemigos políticos. Recordemos el escandaloso asunto del lino, allá por el año 1999, instigado por este «católico» amoroso contra los supuestos «cazaprimas», como él mismo los llamaba reiteradamente en público, y secundado por su amigo el juez estrella, Baltasar Garzón, especialista en sumarios frustrados.

Pues bien, en sentencia del Tribunal Supremo del 23 de abril de 2007, todos los imputados quedaron totalmente libres de cualquier cargo, porque no hubo ninguna irregularidad en las subvenciones comunitarias a la plantación de lino, sino que fue un montaje miserable de este personaje «buenista», digno discípulo de Tierno Galván y acaso enmandilado. Seguramente martinista, pero con peto. Sin embargo, en tanto llegaba la sentencia final, totalmente absolutoria, las insidias del entrevistado y los ataques inmisericordes de los socialistas, se llevaron por delante hacia el otro mundo, a Loyola del Palacio, una política seria, honrada y competente; a Carlos Moro, creyente ejemplar, delegado del Gobierno en Castilla-La Mancha, gran amigo mío y rival político de Bono, y a otra persona más que nadie cita por olvido o ignorancia, la mujer de Carlos, que falleció poco antes que su marido, también de un cáncer galopante como los anteriores. Nunca olvidaré el largo abrazo entre lágrimas, sin poder decirnos una sola palabra, que nos dimos Carlos y yo al concluir el funeral oficiado por su esposa en la iglesia de los jesuitas de la calle Serrano, abarrotada de familiares, amigos y compañeros democristianos.
 
Este sujeto, al que ahora se pone de alfombra el director de Vida Nueva, dice cosas tan singulares, sin que el entrevistador le ponga ninguna objeción, como la siguiente: «Yo no soy dogmático ni siquiera en materia de fe (...) Para mí, la fe es una cosa y el dogma es otra». Pero ¿desde cuando pude haber fe sin dogmas, sin Credo, sin certezas definidas por los concilios y el magisterio? Estas sandeces doctrinales si no heréticas a las que nos tiene habituados el personaje, motivo de graves discrepancias con la jerarquía, no le merecen ningún reparo a esta revista, que en manos de los marianistas, de los que el director es un simple asalariado, parece que ha vuelto a las andadas del disenso y el desvarío eclesiales. Así están ciertas congregaciones religiosas, podridas de dinero, pero también salidas de madre.