La campaña anual de la Iglesia para que ejerzamos la opción de marcar la cruz en la casilla correspondiente de la declaración de renta conduce a reflexionar sobre una realidad decisiva y poco tratada: el efecto multiplicador.
 
Un multiplicador, social, económico, significa que posee un efecto cuyo factor es mayor que uno. Para ser más precisos, que aplica este efecto a los recursos públicos que recibe. Como mayor sea esta acción un mejor uso se realiza del dinero de todos. Su existencia es necesaria y beneficiosa en una sociedad basada en un estado del bienestar en crisis, de ella depende que el bienestar se mantenga o se extienda.
 
Las entidades que prestan servicios necesarios a la comunidad y cuyas subvenciones se convierten en servicios finales que multiplican su valor son instituciones socialmente valiosas. En el otro extremo se encuentran las asociaciones depredadoras de rentas públicas, los rentistas públicos, en las que la subvención es mayor que los recursos propios, o que mayoritariamente sirve para su propio funcionamiento y en beneficio exclusivo de sus miembros Sus finalidades son corporativas. Se justifican solo por razones ideológicas.
 
Una buena política fomenta las primeras, las que benefician a la población con servicios que guardan relación con la jerarquía de las necesidades humanas y reduce a las segundas. No estoy seguro de que sea nuestro caso, donde los lobbies ideológicos se llevan el gato al agua.
 
Existen diversos ejemplos de instituciones de efecto multiplicador.
 
Uno muy importante es la escuela concertada, que ofrece servicios educativos a un coste inferior a la pública, con rendimientos escolares equivalentes o superiores. El modelo es tan bueno que su generalización complementada con becas del cien por cien de coste de la plaza, o incluso superior para las familias con ingresos en el primer decil, es decir, con necesidades máximas, mejoraría la igualdad de oportunidades. Los centros podrían disponer de más autonomía para desarrollar su programa educativo. Para conseguirlo bastaría con dotar de autonomía a cada centro público.
 
En una sociedad poderosamente desigual este modelo educativo igualaría las oportunidades con un menor gasto público. Solo existiría un pequeño inconveniente, superable por la fuerza de la vocación: los actuales profesores de la escuela pública deberían igualar el número de horas de los de la concertada, y estos deberían equipara sus salarios con los de la pública
 
Las mutuas sanitarias en los que los partícipes sufragan una cuota para recibir asistencia médica son otro multiplicador, porque reducen la presión sobre la asistencia primaria, las listas de espera y la hospitalización de la sanidad pública. No en todo, porque los tratamientos más singulares y costosos son inexorablemente públicos, pero sí en una medida decisiva. En las condiciones actuales sin servicios mutuales, la sanidad pública colapsaría
 
El multiplicador más grande, con diferencia, de la sociedad española es la Iglesia católica. Aporta tres tipos de servicios dotados de un factor elevado, a causa de las aportaciones que obtiene de la sociedad y la enorme carga de trabajo voluntario que consigue.
 
Un tipo de servicios es fácilmente evaluable porque son actividades con valor de mercado. Son las prestaciones de servicios sanitarios, educativos y sociales. Su práctica, no bien cuantificada a causa de la multitud de pequeñas iniciativas que se añaden a las grandes bien conocidas, como Caritas, la convierten en la primera ONG de España, y en cada una de sus comunidades autónomas sin excepciones. Pero esto no es todo, aunque sí sea lo más fácil de sumar.
 
Un segundo servicio, intangible pero medible, es la aportación que hace en capital social. Este tipo de capital funciona de forma semejante a como lo hacen otros tipos de capitales, como el monetario o financiero, o el humano aunque con alguna limitación. El capital social es fundamental para toda comunidad porque permite emprendimientos con menores recursos, y reduce los costes sociales y los costes de transacción, también los públicos. La Iglesia es una de las principales fuentes de capital social. La otra de mayor dimensión, y además de producción primaria es la familia.
 
El tercer servicio se expresa en términos de producción de capital humano que surge del capital social localizado en la Iglesia. Sus componentes fundamentales son las virtudes que induce a practicar y valores que propone realizar. Esto explica en términos materiales muchos de los beneficios que genera en la sociedad. Por ejemplo, desde Becker y los años ochenta sabemos que, descontados otros factores de desigualdad, los alumnos religiosos obtienen un rendimiento escolar superior a quienes no lo son, o que en el caso de España las mujeres católicas practicantes son objeto de una violencia de género muy inferior a las que se definen como agnósticas y ateas.
 
Un buen gobierno es el que apoya a los multiplicadores sociales por el simple hecho de serlo, sean o no religiosos, y reduce los recursos a las entidades que no poseen esta característica. Lo contrario es gobernar bajo la bandera del perjuicio.

Publicado en Forum Libertas.