Mayo del 68. Una enorme revuelta estudiantil y obrera clamó en Paris y otras ciudades francesas contra el sistema liberal capitalista -que tras la Segunda Guerra Mundial había provocado una expansión y riqueza económica sin igual en el corto período de 30 años- y contra la moral y tradiciones cristianas. Y, por ende, contra el Dios que murió clavado en una cruz por Amor a los hombres y cuya oferta de salvación molestaba profundamente a los ideólogos de la izquierda, los mismos que movilizaron a los manifestantes ofreciéndoles una ya agonizante economía marxista estatalista y un nihilismo egocéntrico con el que sustituir a Dios: un situar al hombre como centro de su propia existencia, lo cual implicaba el camino más corto para el ahogamiento existencial.
 
De aquellos manifestantes universitarios de chaqueta y corbata y peinados lacados que gritaban soflamas comunistas al unísono en la Plaza La Sorbona se pasó una década después al movimiento hippy. Fuera chaquetas, corbatas, laca… Del vacío interior cada vez más acuciante se huía con marihuana, sexo libre y una apatía que llevaba al abandono. Curiosamente es en esta década de los 70 cuando, en aras de la libertad, se aprobó en EE.UU. el aborto. Y digo curiosamente teniendo en cuenta que en dos de las potencias comunistas del momento bien conocidas por su falta de libertad, Rusia y China, el aborto era obligatorio y selectivo.
 
Y así, década a década, hemos ido contemplando cómo esa exaltación de yo, de los deseos materiales y de los sentimientos propios han ido vaciando el alma del hombre de moral, de grandeza, de luz y, sobre todo, de verdad. Y hemos llegado a un tiempo oscuro donde no se juzga al ser humano por obras del alma sino por su cada día más confundida orientación sexual y por lo que hace con ella
 
Se fomentan la homosexualidad y la hipersexualidad desde edades cada vez más tempranas, y las relaciones sexuales sin compromiso. Al mismo tiempo se ataca a la familia natural, a la maternidad, y todo aquello que da sentido y fundamento a la sexualidad del ser humano. Ya no hay verdad biológica, histórica o filosófica, sino únicamente ideológica, que busca la destrucción de la familia natural, de la moral sexual y de la propia naturaleza del hombre.
 
Y hoy saltan la alarmas por un abuso sexual de cinco chicos a una sola chica. Intereses ideológicos aparte (que los hay y todos ellos muy repugnantes), este deleznable hecho no es más de una diminuta muestra de a dónde nos ha conducido la revolución sexual de ese mayo del 68 que proclamaba el fin de la moral cristiana y se sustituía por la tiranía del yo y sus apetencias que, como si fuera un monstruo insaciable, exige cada vez más para ser satisfecho.
 
Si la edad a la que se ve la primera escena pornográfica en internet ha bajado hasta los 11 años, si el 30% del tráfico total en la web es pornográfico, si es gratis y cualquiera puede acceder a él, si el 90% de la pornografía es violenta, si la prostitución es consentida, si se trivializa con el cuerpo humano… los abusos, violaciones, palizas, torturas y cualquier brutalidad que se nos ocurra irán a más. Lo estamos viendo.
 
Nos hemos creído durante 50 años que hacer lo que nos apetezca con nuestro cuerpo nos liberaría, pero lo cierto es que nos ha esclavizado y embrutecido hasta límites insospechados.
 
Podemos rebelarnos contra ese pensamiento único, contra esa dictadura que nos dicta una no-moral y se escandaliza con las consecuencias. Una rebelión mundial. Soñemos con una verdadera revolución sexual, la que dignifica a cada hombre y a cada mujer, la que nos habla de amor, de fuerza de voluntad, de fidelidad y de castidad, la que nos prepara para un matrimonio fuerte y fiel, la que nos saca de nosotros mismos, nos eleva y nos llena de luz.
 
Nunca es tarde para hacer la revolución. Y siempre comienza por uno mismo.