Entre el dolce far niente durante mi estío italiano por la costa adriática y la lectura de Clásicos británicos (Rialp) de Mariano Fazio me he permitido tomar una serie de notas de la "escuela de vida" que, con la mención de Shakespeare y Tolkien en el subtítulo de la obra, el sacerdote argentino nos propone en su reciente obra.
'Clásicos británicos' es la última obra de Mariano Fazio (n. 1960), sacerdote, historiador y filósofo y vicario auxiliar del Opus Dei.
Es evidente que la sugerente atracción de las Letras y Humanidades británicas –por aquello del defecto profesional– ha tenido mucho que ver para adentrarme en este recorrido histórico-nominal encabezado y concluido por los dos escritores antes citados, aunque en este trayecto también han aparecido alusiones a otros grandes autores como Walter Scott, Jane Austen, las tres hermanas Brontë, Charles Dickens o George Eliot. Aunque con cierto y comprensible –por la dispar producción literaria de cada uno– desequilibrio en la extensión, dedicación y menciones, hay de todo un poco para aproximarnos a la lectura de estos clásicos y una narrativa no exenta de ética y prácticas correctas que pueden revelarnos valores humanos como defensa o arma arrojadiza contra los males que nos asolan en este mundo actual.
Sin embargo, voy a centrarme en el final, en la propuesta a modo de epílogo moralista que incluye nueve pequeñas dosis de consejos. Si nuestra intención es la de ser mejores personas y ostentar un marcado rasgo de humanidad, bien pueden resumir nuestra visión existencial a través de los ojos pretéritos de estos clásicos británicos: los escritores y las obras objeto de estudio.
Estas píldoras bien aplicadas no resultan anacrónicas a pesar de ser espejo y reflejo de protagonistas cuya producción literaria vio la luz hace décadas, como en el caso del originalmente surafricano John R. R. Tolkien, autor de El Señor de los Anillos, o siglos, como ocurre con la mayoría de las propuestas. Así, su aplicación no está de más en esta intencionadamente pervertida realidad dentro de un mundo polarizado y guiado al abismo de la discordia o enfrentamientos varios por motivos y oscuros intereses ideológicos o económicos de planes y agendas. El Mal siempre tiene una pérfida estrategia que sabe cómo, dónde y cuándo ejecutar. Además –lo peor–, hoy se rodea de un mayor número de adeptos y adictos en una poderosa alianza que no cesa en obligarnos a acudir a insospechados frentes otrora desconocidos e inesperados.
Para empezar, pasión y pasiones: las de William Shakespeare y sus personajes o... nosotros mismos como protagonistas en el teatrillo –cuando no circo– en el que las élites, nacionales e internacionales, están convirtiendo este mundo. No se trata de evitarlas o dejarlas –las pasiones– al margen, sino de, con mesura y prudencia, vivirlas al máximo con las alertas, las de la presencia del Mal y sus tentaciones, activadas. De esta forma, evitaremos excesos que, como es sabido, siempre constituyen el peor de los defectos.
En segundo lugar, siguiendo las marcadas líneas de patriotismo escocés en Sir Walter Scott, arráigate en tu tradición familiar, local, nacional, pero con la opción de una apertura al otro, al prójimo, siempre que te pueda fortalecer o enriquecer. No hemos de cerrarnos en banda, sino estar sujetos a cambios que proporcionen leves mejoras o firmes progresos. El imperativo del arraigo es difícil dentro del adulterado globalismo imperante, aunque merece la pena desmarcarse, no ser uno de ellos, sino paradigma fiel, consecuente y protector de nuestras raíces identitarias: la familia y la Patria y, por encima, Dios.
Y para esa defensa a ultranza, la lección de Jane Austen: sé educado, trata a todo el mundo con delicadeza, pero no seas falso ni hipócrita. Resulta complejo con la infinidad de ejemplos negativos que la sociedad fomenta, empezando con las comparecencias públicas de personajes que, como servidores públicos, nos representan en el Congreso o el Senado con la insistente proliferación de mentiras, farsa y corrupción como principales e infames herramientas del sometimiento a un silente y paciente, en este caso, pueblo español. De los villanos convertidos en héroes –o prófugos con licencia para escapar–, not to mention! Su normalización no es más que el peor de los síntomas de la decadencia, el desafecto y la arbitrariedad vigentes en cuestiones sociales o legislativas.
Por eso, si nos atenemos a Charlotte Brontë, su invitación a la fortaleza parte de la fidelidad a los principios morales, aunque este hecho nos obligue a tener que ir a contracorriente y estar en el punto de mira del gestor del rebaño y las ovejas que lo conforman. Además, esa fuerza ha de surgir con firmeza y reciedumbre, otorgadas por la paz, el sosiego y la conciencia tranquila del que actúa con rectitud de acuerdo a Anne Brontë –su hermana menor– a pesar de las exigencias del relativismo o las prisas de la inmediatez de este alocado y errático mundo en el que el amor humano se ha ido progresivamente desvirtuando hasta convertirse en algo disperso, superficial, secundario e, incluso, virtual; hecho que haría chirriar el concepto sobre el mismo de Emily Brontë.
Sin embargo, nos queda la esperanza, la del objetivo de la búsqueda y hallazgo de lo maravilloso, como proponía Charles Dickens, aunque se halle en lo cotidiano, ordinario o más vulgar de nuestras vidas o, por otro lado, en lo más recóndito de una existencia vital que, a veces, puede resultarnos antipática, dolorosa y aburrida según George Eliot.
Así pues, de ti, de nosotros, depende y de la confianza que depositemos en la siempre bienvenida Providencia, cuya anhelada aparición nos otorgará un plus de felicidad en tiempos oscuros en los que su presencia se antoja esencial para imponernos al déficit de conocimiento al que se nos está dirigiendo sin posibilidad de ver la luz que, sin duda, surgirá con el nuevo amanecer o al alcanzar el final del camino.
Será entonces cuando, guiados por la acción del Bien y esa providencial aparición, con la fe y el conocimiento por bandera, sabremos hacer frente con una mayor perspectiva, mejor preparación y el convencimiento de que nuestra plenitud humana se halla en la formación, el aprendizaje y la libertad para, siguiendo los tolkienianos pasos de la Comunidad del Anillo, descubrir el sendero correcto hacia el amor y la destrucción del Mal.