Tienen muchos nombres y son diversos sus atavíos. Con distinta semblanza Jesús Nazareno y María Dolorosa nos dan cita en la Semana Santa que está a la vuelta de la esquina. Los cristianos celebramos la solemne liturgia del triduo pascual que culminará en el domingo de gloria con Jesús Resucitado, pero hay una religiosidad popular que saca a la calle toda esa fe celebrada precisamente estos días. La mirada de un pueblo queda llorosa ante el espectáculo agrio y bronco de la muerte más injusta. Aquellos treinta años de silencio y discreción le permitieron crecer junto a María y a José, entre las virutas artesanas de aquel taller carpintero. Le vieron acudir a la sinagoga cada sábado para escuchar la palabra de los profetas contenidas en la Biblia que de mil modos hablaban de Él. Era Jesús, el de Nazaret, el hijo de María. A ambos los cuidaba con amor y generosidad José el carpintero haciendo las veces de padre para él, y esposo fiel para ella, con una bellísima postal de lo que era aquella sagrada familia.

Pero de Nazaret salió un día un Jesús adulto, treintañero. No hubo lágrima que Él no enjugara con un consuelo que del cielo venía. Ni tampoco sonrisa que no hiciera suya compartiendo la alegría de la gente sencilla. Vio jugar a los niños con la inocencia infantil. Vio rezar arrepentido al publicano en el rincón más oscuro del templo dándose golpes en el pecho, como también se fijó en quien con altanería presuntuosa iba a cobrar del Altísimo el pago de sus limosnas y plegarias. También tomó nota de quienes esquilmaban a los demás con cargas, impuestos y fanfarrias vacías, y puso de ejemplo a la anciana que fue con sus canas a dejar en el templo la preciosa ofrenda de todo lo que tenía.

Y de aquí para allá fue encontrando enfermos, tullidos, cojos, ciegos, mudos y sordos, leprosos… todos ellos con su dolencia en el cuerpo y con su tragedia en el rostro, que encontraron en aquel Jesús Nazareno una mano tendida que acercaba la gracia del bálsamo de una curación como bendición inmerecida. Pero también otros dolores, más íntimos y no menos dolorosos, que son los que infligen el pecado, el desprecio, la traición, el abuso y el robo: también para todos ellos hubo una luz que ofrecer, una gracia que repartir, unos brazos que acogían con misericordia.

Jesús Nazareno sigue la procesión de la vida allí por donde la vida pasa. Y esto es lo que nuestras parroquias viven con esmero en estos días semanasanteros. Como las cofradías y hermandades sostienen con la devoción de sus cofrades, el talento de sus pasos y el compromiso de sus caridades. Resulta bello constatar la solidez de nuestras cofradías que cuentan con el apoyo y el afecto de niños y jóvenes, adultos y ancianos poniendo lo mejor de sí mismos transmitiendo la memoria viva en los pasos de Jesús y de María.

Hoy son otros los llantos y otras las sonrisas. También cambian las circunstancias de los dolores que nos arrugan, los pesares que nos doblan, y los pecados que no logramos echar fuera por más que sepamos de su chantaje y engaño. Pero en las calles de nuestras ciudades, villas y pueblos Jesús Nazareno sigue adentrándose por los mil vericuetos y callejones sin salida. Su paz, su bondad, su verdad, se hacen bálsamo y sabiduría, apoyo y consuelo, para que la vida siga adelante mientras construimos celosos un mundo nuevo, renovado, para dejar en preciosa herencia a la generación venidera. Esta memoria viva, es lo que con tanta diligencia y acierto llevan adelante nuestras cofradías y hermandades. Dios sea bendito en sus cofrades y que se siga escribiendo esta hermosa historia que nos asoma al Señor que se pasea por nuestras vidas dándonos su paz, su consuelo y su gracia.

Publicado en el portal de la archidiócesis de Oviedo.