He venido quejándome hasta ahora (con la boca chica) de tener sólo dos hijos. Encima, niña y niño, con lo que había logrado, a los ojos felicitantes de tantos, la célebre parejita. Yo ponía cara de "Es todo lo que se ha podido hacer" y ya está. Pero el otro día se acabó. Conocía a alguien que tenía ocho hijos. Le aplaudí con todas mis ganas y, llevado por mi entusiasmo, le confesé mi envidia, porque yo sólo tenía dos. Puso cara de póker: de sus ocho hijos -me informó-, cuatro eran adoptados. Con lo que quedó nítido y cristalino que yo no había hecho todo lo que había podido. Qué va.

La lección la he aprendido y éste es el primer artículo sobre el invierno demográfico ("Se acerca el invierno", como diría un Stark) que no escribo desde la implícita superioridad de haber sido siempre un natalista convencido (que lo soy) y de haber puesto toda la carne en el asador (que ya se ve que no).

España ha tenido, según los últimos datos del CIS, más muertes que nacimientos, señal de alarma de algo todavía más peligroso: la inversión de la pirámide poblacional. Cada vez hay más ancianos y menos jóvenes. Eso, en general y a largo plazo, deja a una sociedad sin futuro, sin iniciativa, sin empuje. En particular, a nuestra sociedad la hace polvo. Nuestro sistema está montado de una forma piramidal por los cuatro costados. En la Seguridad Social, los trabajadores en activo no pagan las pensiones que cobrarán en el futuro, sino las que cobran los pensionistas actuales. Una pirámide volteada pone en serio peligro la viabilidad. Algo muy similar, pero peor si me apuran, pasa con la deuda pública, que nos gastamos ahora y que tendrá que pagar la generación siguiente, sí, esa que viene menguada de casa. Los gastos de atención sanitaria y farmacéutica también se dispararán mientras la población activa que pague las facturas y pueda realizar el trabajo asistencial, incluso, será pólvora mojada. La solución de una inmigración masiva conlleva problemas culturales, sociales y políticos que se multiplicarán en la medida en que mengüe el disolvente de una sociedad receptora vigorosa.

Los políticos, los medios y los ciudadanos hablamos muy poco de esto. Siendo nuestro mayor problema, es un misterio. Que quizá se explique porque todos tenemos nuestra parte de responsabilidad, y nada asusta más que asumir cualquier culpa. Pero, por los hijos que sí hemos tenido, urge que afrontemos la cuestión.

Publicado en Diario de Cádiz.