A Gumersindo de Azcárate (18401917), jurista, filósofo, historiador, escritor, político, catedrático y académico, se le tiene por uno de los intelectuales más notables del siglo XX, fundador junto a otros de la Institución Libre de Enseñanza en 1876 y su rector tras la muerte de Francisco Giner de los Ríos en 1915. Fue también vicepresidente de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas desde su creación en 1907.



Aunque en la actualidad los laicistas -integrados fundamentalmente por los herederos ideológicos del Frente Popular- le tienen por uno de los suyos, lo cierto es que Azcárate, junto con Giner y otros integrantes de la Institución Libre de Enseñanza fueron liberales de origen católico. El lunes 11 de diciembre se celebró en Madrid una mesa redonda titulada Tolerancia en tiempos de indiferencia, acto que conmemoraba el centenario de su fallecimiento (el 15 de diciembre de 1917) con la presentación de la reedición de su libro Minuta de un testamento.
 
En el magnífico libro de Felipe José de Vicente Algueró titulado El catolicismo liberal en España se alude de manera directa a la religiosidad de Azcárate, religiosidad que, partiendo de un catolicismo cristiano, se va diluyendo en un proceso personal que Azcárate oculta a su primera esposa canónica, católica ferviente, y que termina en un credo definido en su Minuta de un testamento como: “Creo en un Dios personal y providente, al que me considero unido para la obra de la vida, que por esta condición debe revestir el carácter de piadosa, y respecto al cual me reconozco dependiente y subordinado como ser finito, siendo esta intimidad y esta dependencia el doble fundamento en que se asienta la religión… Creo que la providencia de Dios alcanza, como su amor, a todos los pueblos y a todas las épocas… La manifestación más alta y más divina de la vida religiosa hasta hoy es la cristiana… en cuanto ofrece al hombre como ideal práctico la vida santa de Jesús, como regla de conducta una moral pura y desinteresada, como ley social el amor y la caridad, como dogma el Sermón de la Montaña, como culto la Oración Dominical”.
 
Adjetivar de ideal la religión cristiana es sólo una muestra de algo que subyace a un planteamiento religioso de este tipo (síntesis, según los expertos del cristianismo y el racionalismo krausista), que no es otra cosa que una fe infantil, religioso-natural (y no una fe cristiana adulta), incapaz de hacer frente a la empanada mental en la que naufragó el pensamiento religioso de muchos intelectuales de la época y particularmente los de la Institución Libre de Enseñanza.

Otros muchos , como Leonardo Torres Quevedo, José Marvá Mayer, Julián Ribera Tarragó, Marcelino Menéndez Pelayo, todos los cuales fueron vocales de la Junta de Ampliación de Estudios, o republicanos de la talla de Emilio Herrera Linares, por citar algunos, no lo hicieron.
 
Pero es esta religiosidad subyacente a toda su actividad la que los desmarca definitivamente de las ideologías ateas del momento, que terminaron integrándose en el Frente Popular y persiguiendo también a este tipo de liberales. Es por ello particularmente inadecuado y carente de fundamento científico alguno tender puentes entre los actuales herederos ideológicos del Frente Popular, ateos y materialistas, y aquellos intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza teístas y espiritualistas, por muy políticamente correcto que resulte. Este error es comúnmente cometido por quienes sostienen la línea ideológica denominada “memoria histórica” en la actualidad.