Los esperados datos del último EGM han despertado una lógica controversia sobre el camino emprendido por la Cadena COPE esta temporada. Unos se han lanzado como buitres ansiosos sobre un saldo negativo que cualquier persona ducha en la materia podía esperar. Otros están sumidos en la perplejidad y el desencanto. Por no hablar de los listillos que entonan el consabido «mira que os lo dije». Nadie puede negar el hecho contundente de una importante bajada de audiencia: la cuestión a la que debemos responder es qué significa este dato, en qué rumbo se inscribe y si merece la pena sufrir este coste.

COPE ha realizado un cambio profundo de su programación, en fondo y en forma. Lo ha realizado partiendo de la fidelidad a su propio origen, a su identidad y su razón de ser: constituir una presencia cristiana solvente en el debate público (y eso implica también ser una empresa saneada), aportar la inteligencia de la fe a la mirada diaria sobre la realidad en todas sus dimensiones, política, económica, cultural y espiritual. No un cambio de algunos comunicadores sino de modelo, para responder mejor a la misión que señala su propio Ideario.
 
Por otra parte una radio es siempre una realidad viva, ubicada en circunstancias históricas cambiantes que requieren formas nuevas de respuesta. No abjuramos de ninguno de los pasos de nuestra historia, sino que los llevamos todos a la espalda como un bagaje precioso, que sin embargo no nos ahorra el esfuerzo de la autocrítica ni la audacia de ensayar nuevos caminos. 

E
n este momento histórico creemos que un medio como COPE no puede contentarse con defender una plataforma de valores comunes, sino que debe incidir en la cultura del nihilismo con una propuesta integralmente cristiana. Y debe hacerlo con el método propio de una radio generalista y comercial: hablando de todo y con todos (para analizar y criticar todas las propuestas), asumiendo el riesgo diario de tomar postura desde su Ideario, buscando grandes audiencias (porque nuestro anuncio va dirigido a todos), manteniendo una independencia insobornable respecto de los poderes políticos y económicos (sin que eso signifique equidistancia ni indiferencia), procurando servir a las necesidades de la gran comunidad católica española, pero sin olvidar la perspectiva misionera (y por tanto de diálogo a campo abierto) que es propia de cualquier realidad cristiana que esté viva.
 
Pues bien, en esa aventura estamos embarcados. De una radio de las estrellas, cada una con su genialidad indiscutible y su legítimo, pero discutible proyecto, hemos querido hacer la travesía a una radio de grandes profesionales estrechamente vinculados al Ideario de esta casa, dispuestos a realizar un producto amasado con el rigor informativo, la agudeza del análisis, la crítica y el respeto. Esto significa, lo sabemos bien, realizar una dura escalada. Y por el camino podemos sentir que se nos corta el resuello.
 
¿Alguien podía pensar que este giro podía realizarse sin coste ni sufrimiento? Nosotros desde luego no. Sabemos que un cambio de este calado se paga siempre y necesariamente en el EGM. Por la naturaleza de las audiencias radiofónicas y por las propias carencias del medidor. Por poner un ejemplo: cuando Onda Cero sustituyó a Luis del Olmo por Carlos Herrera en la franja de mañana, esta cadena perdió de golpe 400.000 oyentes.
El resultado de este EGM no nos complace (aparte de que no nos convenza), sino que nos hace sentir la dureza y la responsabilidad del camino que hemos emprendido. COPE es una empresa saneada, sin deudas ni hipotecas, con músculo para afrontar las inclemencias de la tormenta. Por eso y por la responsabilidad social que nace de nuestra identidad, a pesar de una crisis cruel que padecemos como todos los medios de comunicación, especialmente desde la temporada 2008-2009, hemos evitado las medidas laborales traumáticas que otros vienen aplicando sistemáticamente.
 
La escalada será probablemente larga, pero esta partida está muy lejos de haberse terminado. COPE tiene detrás un pueblo, tiene un arraigo profundo en muchos corazones y muchos territorios de nuestra España, y tiene un conjunto de extraordinarios profesionales dispuestos a echar el resto porque esta aventura merece la pena. Estamos en época de siembra, de corregir errores, de ajustar productos, pero nuestro rumbo es claro. Sabemos que una radio es un organismo vivo que se hace y rehace cada día, sin fórmulas rígidas, con la pasión por la realidad que nos provoca y el amor al hombre y al mundo que aprendemos cada día en la pertenencia a la Iglesia.
 
Pero con todo el riesgo de este cambio, con todos los vientos que hemos desatado, si comparamos diciembre de 2009 con diciembre de 2008 resulta que un 80% de los oyentes de COPE han dado crédito a nuestra apuesta. Aspiramos a recuperar la confianza de ese 20% que por ahora nos ha dejado, pero aspiramos también a que vuelvan los que en años precedentes habíamos perdido (medio millón más o menos), y también a crecer en otros campos porque nuestra propuesta es sólida y atractiva, aunque como todo lo nuevo necesita tiempo. ¿Querremos dárselo?
 
Algunos han brindado por el supuesto desplome de COPE. Que no se les atragante. Yo prefiero brindar, en la inminencia de la Navidad, por esta empresa singular e inclasificable, por su gente buena y recia, por su empuje en medio de la tormenta, por el amor que la mueve a seguir adelante. Buen camino para todos, juntos alcanzaremos la meta.