¿Puede la historia de la unificación italiana durante el siglo XIX ayudarnos a comprender qué está pasando hoy en España? Tal vez.
 
Algunas consideraciones: el alma del Risorgimento es la masonería, una institución de carácter internacional que se sirve del mito del nacionalismo para desarticular lo que existe y privarlo de su fuerza. La única institución que contrarresta las miras hegemónicas de la masonería es la Iglesia católica, ergo la Iglesia debe ser destruida, Roma conquistada, los estados pontificios eliminados. ¿Que Roma fue siempre caput mundi? Roma debe convertirse en caput Italiae.
 
En Italia el nacionalismo es un producto de importación. Son, en orden cronológico, Napoleón, Palmerston y Murat quienes nos explicaron que nuestra nación debía resurgir de la esclativud en la que yacía desde hacia tanto tiempo (desde que era católica). Durante el siglo XIX, el paladín más convencido del derecho a los estados nacionales es Inglaterra, la mayor potencia colonial. El mundo liberal impone el derecho a la nacionalidad solo a los estados católicos: en nombre del nacionalismo, Estados Unidos sustituye a España en el control de los estados hispanoamericanos nada más liberados (la famosa teoría de la “América para los americanos” sostenida en 1823 por el presidente Monroe); en nombre de la libertad y de la independencia, se busca el alejamiento de Austria de la península italiana; y también en nombre de la libertad y de la independencia se impondrá (esta vez por obra, principalmente, de Francia) la disolución del imperio austro-húngaro.
 
Para combatir la propaganda liberal, para aclarar mínimamente el uso de las palabras y su significado, en 1846 el jesuita Luigi Taparelli D’Azeglio (quien, hermano de Massimo y Roberto, para diferenciarse de sus engorrosos hermanos “illuminati” añadió el apellido materno al paterno) escribe un pequeño texto muy claro: Nota sulla nazionalità [Nota sobre la nacionalidad].
 
Frente a la simplicidad del razonamiento del historiador masón Giuseppe La Farina (18151863), quien en su Historia de Italia escribe que “el principio y la fuente de todo derecho es el derecho natural, del cual es parte esencial el derecho nacional” y que “la unidad nacional es exigencia de un derecho natural, y lo que la naturaleza ordenó debe respetarse”, Taparelli se pregunta: el derecho a los estados nacionales ¿está realmente basado sobre el derecho natural? ¿Se puede invocar el principio de las nacionalidades de manera absoluta, prescindiendo de cualquier otra consideración? ¿Se puede hablar de esclavitud para referirse a cualquier gobierno supranacional?
 
La respuesta es que no. No se puede invocar el derecho a la nacionalidad prescindiendo de la justicia y del derecho: “El auténtico y supremo interés, tanto de los pueblos como de los individuos, es siempre la observancia del derecho del orden”; “la sociedad no se hace esclava por obedecer a un príncipe extranjero, mientras éste la ordene a su bien social, conservando su ser, su lengua, sus instituciones, etc. El verdadero esclavo (...) es un hombre ordenado en su ser al bien de otro hombre, un hombre inmolado ante su igual; por lo cual una nación ordenada a su propio bien no es esclava: esclava sería si se ordenase solo al bien privado de su príncipe, o al bien de un pueblo extranjero”; “contingente, sí, es en su aplicación el término Nación, pues ¿quién no ve que las naciones son hoy día muy distintas a las que fueron? Y ¿quién asegura que no serán dentro de un siglo totalmente distintas a las que son hoy? (...) Todo es contingencia, todo eventualidad en la aplicación concreta de la idea de Nación: quitadle la constante e invariable norma del Derecho, y reduciréis todo orden público a tambalearse perpetuamente sobre las olas borrascosas de la historia”.
 
En Cataluña, hoy, una minoría de ciudadanos quiere la república. Una minoría violenta que explícitamente se remite al comunismo y a la República española de 1936, con el odio hacia la Iglesia que los caracteriza. Una minoría que, para imponerse, utiliza una bandera: la independencia nacional. El derecho a la autodeterminación.
 
Esta historia ya la hemos vivido.
 
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Carmelo López-Arias.