Los materialistas afirman que la creencia en Dios es propia de gentes débiles y miedosas, incapaces de tomar el control de su destino. ¡Y una polla como una molla! (no escribimos «olla» para no incurrir en la hipérbole, y por atenernos a la triste y blanda realidad del superhombre moderno). Comparemos la reacción serena y resignada de nuestros antepasados, cuando la gripe se los llevaba al otro barrio por millones, con la histeria aspaventera del superhombre moderno, cada vez que desde la sucursal del globalismo se lanza una alerta de epidemia real o ficticia. Nuestros antepasados morían por millones, pero lo acataban tranquilamente, porque les habían enseñado que el hombre está hecho de barro (y la mujer también, por mucho que se empodere) y que la vida es a veces (pocas) una anticipación de las promesas celestes y otras veces (muchas) un valle de lágrimas que ayuda a ganarlas; pero, siendo regalo o valle de lágrimas, a ellos les importaba sobre todo abandonarla como es debido, para que el barro del que estaban hechos se pudiera convertir en cuerpo glorioso. En cambio, el superhombre moderno, cuando le anuncian la propagación de un virus (que probablemente hayan diseñado los mismos que lanzan la alerta), reaccionan cagándose por la pata abajo, con histerias y cuarentenas desquiciadas, cancelando vuelos y cerrando fronteras, con esa desesperación desnortada de las hormigas cuando les ciegan el hormiguero.

Pero, ¿dónde quedaron esos superhombres tan gallitos y dueños de su destino? Resulta que, en cuanto olfatean la presencia de la muerte, se vuelven todos unos gallos descabezados, pierden el oremus, se les aflojan los esfínteres (aunque ya casi todos los traen flojos de casa). Les habían hecho creer que la ciencia, la técnica, la democracia y todas las delicias que componen el progreso velaban por ellos, haciéndolos invulnerables. Pero basta con que un virus con corona (¡ni siquiera republicano!) se desmande para que el olor de la cagalera se expanda universalmente. ¡Oh miedo a la muerte, cuánto prosperas en las sociedades descreídas! A nuestros antepasados no lograbas amilanarnos ni siquiera cuando silbaban las balas, porque iban bien confesadicos y comulgadicos al combate, preocupados de salvar su alma; pero a estas masas cretinizadas y materialistas que sólo quieren salvar su cuerpo las tienes a tus pies, encogidas y temblonas, a poco que les anuncies cualquier nadería, así sea un temporal o una ola de calor. Y, para mantenerlas siempre encogidas y temblonas, quienes las pastorean les sueltan de vez en cuando un virus fantasmagórico o creado en laboratorio; porque a los superhombres modernos hay que meterles el miedo en el cuerpo, como al perro de Paulov se le mete el ruido de la campana, para que se despreocupen de su alma.

Pero el superhombre moderno no debe temer los virus con corona, ni tampoco los republicanos. Pues la ciencia, la técnica, la democracia y todas las delicias que componen el progreso no van a dejarlo nunca solos. Y ya trabajan juntas para que, si no pueden suministrarle la cura, al menos la enfermedad -ese resabio de un mundo periclitado, en el que los hombres no eran dueños de su destino- no triunfe. Así que si la ciencia y la técnica y la democracia no pueden procurarnos una cura, al menos nos procurarán la muerte. Ya que no pueden eliminar el virus, nos eliminaran a nosotros con él. Y para ello se disponen aprobar la eutanasia, que es el cielo que ciencia, técnica, democracia y demás delicias del progreso nos tienen preparado, para sustituir el cielo de nuestros abuelos, aquellos débiles mentales que no eran dueños de su destino. ¡Feliz final materialista para todos los superhombres y todas las superhembras!

Publicado en ABC.