Estamos celebrando el año del centenario del nacimiento de uno de los más grandes Papas de la historia, San Juan Pablo II, el Magno. De él, Teresa de Calcuta dijo: ha sido “el mejor regalo de Cristo a la Iglesia actual”.

Por ser un Papa tan maravilloso, el bien que ha hecho a la Iglesia ha sido inmenso. El atentado que sufrió, ya en los primeros años de su pontificado, el 13 de mayo de 1981, debilitó enormemente su fuerza vital. El curso mismo de la historia dependía de que lograse restablecerse suficientemente.

Argumentaré ahora que el padre José María Solé Romá, claretiano español, mediante su sacrificio, fortaleció grandemente al Papa.

Somos muchos los que tenemos al padre Solé por un gran santo. Sufrió un atentado que precedió en tres días al de Juan Pablo II. Una bala traspasó el cuello del claretiano, partiéndole un nervio que le afectaba el brazo. El padre Solé, al saber del atentado del Papa, quedó muy impresionado, ofreciendo su vida y su dolor por el bien de éste.

Sorprendentemente, mientras la salud del Papa mejoró rápidamente, el padre Solé continuó siempre con un sufrimiento físico terrible, agudísimo, continuo, casi inaguantable. No quiso disminuir su dolor ofrecido. No se quejaba nunca de tanto como padecía, estando gozoso de sufrir lo indecible por ayudar al Papa, por amor. El padre Solé no murió mártir, pero vivió este dolor martirial durante casi once años, hasta dejar esta vida mortal.

Su fisonomía espiritual, a pesar de tanto tormento, era de serenidad y de lucidez espiritual plena, de perfecto equilibrio, de grandísimo don de consejo. Es recordado por unas religiosas que mucho le conocían como “alegre y jovial, como si su brazo fuera de otra persona… Siempre con la sonrisa en los labios...Parecía un ángel”.

El padre José María Solé Romá, CMF (1913-1992) fue tiroteado el 10 de mayo de 1981 en Barcelona, sin más razón que su sotana. Nunca se averiguó la identidad del criminal.

Después de su atentado, tuve la inmensa suerte de conocer al padre Solé y de tratarle mucho y muy íntimamente. Lo recuerdo como alguien muy entregado, que se daba con toda generosidad, siempre disponible, siempre servicial, sencillo, humilde, humanísimo, muy atento, dulcísimo, paciente. Vivir así, padeciendo tanto, sólo puede explicarse por poseer una extraordinaria sobrenaturalidad o por un continuo milagro. Así pues, tanto martirio necesariamente hubo de estar sostenido por una gran unión mística.

Evidentemente, por la comunión de los santos, tan santo y tan gran sacrificio hubo de hacer tantísimo bien al Papa, ayudando a su restablecimiento, fortaleciéndole mucho. El padre Solé impulsó así la labor del gran Papa, dándonos una lluvia de rosas, cambiando el curso de la historia. Opino que esta gesta del padre Solé, hermosísimo ejemplo de cariño al Papa, que tanto bien hizo a éste, merece un lugar destacado en todas las biografías de San Juan Pablo II, pues la historia la hacen los santos.

Publicado en Catholic.net.