Una prueba irrefutable de que nos encaminamos hacia un mundo cada vez más inseguro es el deterioro continuo, desde hace décadas, de la libertad religiosa. El informe que presenta anualmente la organización católica Ayuda a la Iglesia Necesitada con una información riquísima de primera mano va dando cuenta puntual de ese agravamiento en medio de la indiferencia de los gobiernos, de la opinión pública y hasta de los entornos religiosos de los países aún no gravemente afectados.

Y sin embargo, las cifras son estremecedoras: 3.900 millones de personas, en no menos de 26 países, viven bajo la amenaza directa de la persecución por motivos religiosos, y en otros 36, poblados por más de 1.200 millones, hay situaciones de fuerte discriminación. Casi en todas partes los cristianos son las víctimas principales de esas persecuciones y discriminaciones. Ellos son el objetivo preferente del islamismo, no necesariamente terrorista, pues el hostigamiento también se practica por los estados, y de los regímenes comunistas o de aquellos en los que esa inspiración se mantiene.

Así, China se ha embarcado en una política de sometimiento de todos los credos al Partido Comunista que, para mi personal asombro, no merece aparente respuesta desde Roma a pesar del sufrimiento de los católicos, pero el informe de AIN hace sonar las alarmas, sobre todo, ante la muy peligrosa evolución en África. En un amplio arco que va desde Mali hasta Mozambique, la novedad consiste en que las redes yihadistas, actuando con terrible violencia, aspiran a crear califatos transnacionales que permitan compensar las derrotas sufridas en Oriente Medio. Para ello se incrustan en milicias locales a las que dotan de armamento e ideología radical para lanzarlas luego contra las poblaciones cristianas vecinas: asesinatos, secuestros masivos, saqueos y quemas de pueblos enteros... Un genocidio del que apenas nos llegan ecos cuando el horror se concentra en un gran atentado, y a menudo ni eso.

No creamos que Occidente está al margen de este deterioro de la libertad religiosa. Aunque no se alcancen las cotas de esas y otras zonas del mundo, el deslizamiento desde la aconfesionalidad de los estados a un laicismo agresivo e intolerante es cada vez más patente. La nueva religión de Occidente, la corrección política, no admite discrepancias ni en los códigos ni en las almas. Y tiene el apoyo de todos los grandes poderes de este mundo.

Publicado en Diario de Sevilla.