En el verano de 1984, el periodista italiano Vittorio Messori entrevistó al cardenal Joseph Ratzinger que, en aquel momento, llevaba dos años y medio al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Fruto de esas conversaciones, nació el libro Informe sobre la fe. Encontrar juntos en el mismo libro a dos de mis autores favoritos fue realmente motivo de alegría, aunque fuera para analizar la dolorosa crisis de la Iglesia postconciliar, en el contexto de una sociedad también en crisis. Leerlo ahora, más de 30 años después, no es llegar tarde.
 
Muchos de los problemas perduran, y muchas de las intuiciones del cardenal Ratzinger se han cumplido al pie de la letra. No es motivo eso para desanimarnos, sino para tomarnos en serio sus reflexiones porque, si se cumplieron sus predicciones, seguramente serán útiles también sus consejos y advertencias para superar las contradicciones actuales.
 
En el libro hay un capítulo que he leído y releído con especial interés: “Las mujeres. Una Mujer”. En él, el cardenal bávaro analiza el impacto de la revolución social del siglo XX sobre la mujer y la influencia del feminismo dentro de la Iglesia. Ante el sombrío panorama, y como camino para resolver la crisis de la idea misma de Iglesia, la crisis de la moral, la crisis de la mujer, el prefecto propone un remedio del que dice «ha demostrado su eficacia a lo largo de la historia del cristianismo». Su nombre es breve: María. De Ella, el cardenal Ratzinger afirma: «Es necesario volver a María si queremos volver a aquella "verdad sobre Jesucristo, verdad sobre la Iglesia y verdad sobre el hombre" que Juan Pablo II proponía a la cristiandad entera». Y nos ofrece “Seis motivos para no olvidarla”, que a continuación les ofrezco yo, tal y como aparecen redactados en el libro. Seis motivos para no olvidar a María, nuestra Madre, en medio de la crisis de la mujer, de la sociedad y de la Iglesia, que parecen amenazar la existencia misma del ser humano sobre la faz de la tierra.
 
Conviene no olvidar a María, nuestra Madre. De donde Ella desaparece, la herejía lo inunda todo. No es una exageración. Basta mirar alrededor. 
 
Seis son los puntos en los cuales —de un modo forzosamente sintético y, por lo tanto, incompleto— el cardenal resume la función de equilibrio y plenificación para la fe católica que ejerce la Virgen. Oigámosle.
 
: «Reconocer a María el puesto que el dogma y la Tradición le asignan significa hallarse sólidamente cimentados en la cristología auténtica. (Vaticano II: "La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja cada día más a su Esposo" [Lumen Gentium n.65].) Por lo demás, la Iglesia proclama los dogmas marianos al servicio directo de la fe en Jesucristo —por lo tanto, no por devoción a la Madre en primer lugar—: en un primer momento, la virginidad perpetua y la maternidad divina, y más tarde, tras una larga y madura reflexión, la concepción sin mancha de pecado original y la asunción a los cielos. Estos dogmas salvaguardan la fe auténtica en Cristo como verdadero Dios y verdadero hombre: dos naturalezas en una sola persona. Salvaguardan también la indispensable tensión escatológica, al indicar en María asunta a los cielos el destino inmortal que a todos nos espera. Y salvaguardan también la fe, hoy amenazada, en Dios creador (y es éste uno de los significados de la verdad sobre la virginidad perpetua de María, más incomprendida que nunca), que puede intervenir libremente sobre la materia. En una palabra, como nos recuerda el Concilio: "María, por su íntima participación en la historia de la salvación, reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe" (Lumen Gentium n.65)». 
 
: «La mariología de la Iglesia supone la justa relación y la necesaria integración entre Biblia y Tradición: los cuatro dogmas marianos tienen en la Escritura su base indispensable. Hay aquí como un germen que crece y fructifica en la vida cálida de la Tradición tal como se expresa en la liturgia, en la intuición del pueblo creyente y en la reflexión de la teología guiada por el Magisterio».
 
: «En su misma persona de doncella judía que ha llegado a ser madre del Mesías, María vincula de modo vital e inextricable el antiguo y el nuevo pueblo de Dios, Israel y el cristianismo, la Sinagoga y la Iglesia. Ella es como el punto de unión sin el cual la fe (como sucede hoy) corre peligro de perder el equilibrio, apoyándose únicamente sobre el Antiguo Testamento o fundándose sólo sobre el Nuevo. En ella, en cambio, podemos vivir la síntesis de la Escritura entera». 
 
: «La verdadera devoción mariana garantiza a la fe la convivencia de la "razón", a todas luces indispensable, con las no menos indispensables "razones del corazón", como diría Pascal. Para la Iglesia, el hombre no es únicamente razón ni sólo sentimiento; es la unión de estas dos dimensiones. La cabeza debe reflexionar con lucidez, pero el corazón ha de estar caldeado: la devoción a María ("despojada tanto de toda falsa exageración cuanto de una excesiva mezquindad de alma al tratar de la singular dignidad de la Madre de Dios", como recomienda el Concilio) asegura de este modo a la fe su dimensión humana completa». 
 
Continuando la exposición de su síntesis, Ratzinger indica un : «Según las palabras mismas del Vaticano II, María es "figura", "imagen" y "modelo" de la Iglesia. Dirigiendo hacia ella su mirada, la Iglesia se aleja de aquella imagen machista a la que hacíamos referencia, imagen que presenta la Iglesia como mero instrumento de acción socio-político. En María, su figura y modelo, la Iglesia descubre de nuevo su rostro de Madre y por ello no puede degenerar hacia una involución que la transforme en partido, en organización, en grupo de presión al servicio de intereses humanos, por muy nobles que sean. Si en ciertas teologías y eclesiologías no hay ya lugar para María, la razón es clara: han reducido la fe a una abstracción. Y una abstracción no tiene necesidad de Madre».
 
y último punto de esta síntesis: «En virtud de su destino de Virgen y Madre, María continúa proyectando luz sobre lo que el Creador ha querido para la mujer de todos los tiempos, incluido el nuestro. Más aún, tal vez sobre todo para nuestro tiempo, en el que —como sabemos— se halla amenazada la esencia misma de la feminidad. Su virginidad y su maternidad arraigan el misterio de la mujer en un destino altísimo del que no puede ser despojada. María es la intrépida mensajera del Magníficat, pero es también aquella que hace fecundos el silencio y la ocultación; aquella que no teme permanecer al pie de la cruz, que asiste al nacimiento de la Iglesia; es también aquella que, como subraya en varias ocasiones el evangelista, "guarda y medita en su corazón" las cosas que ocurrían a su alrededor. Criatura del coraje y de la obediencia, es (ahora y siempre) un ejemplo en el que todo cristiano —hombre y mujer— puede y debe inspirarse».

Publicado en Info Familia Libre.