Ya estamos acabando esta Navidad, que es una fiesta y un tiempo. Con la celebración del Bautismo del Señor, en efecto, acaba este ciclo litúrgico que constituye un segundo polo de celebraciones del Señor, pero que, en realidad, inicia el gran Misterio pascual de Cristo muerte, sepultado, resucitado y ascendido a los cielos. Espero que hayan sido estas fiestas días entrañables para nuestros lectores, en torno a ese Niño Dios, que se manifiesta a pastores, Magos y a cuantos quieran aceptarle como Salvador, Mediador entre Dios Padre y nuestra humanidad.
 
Pero un año tras otro la ambigüedad y las ideas pocos claras, la tergiversación y, por qué no decirlo, la ignorancia aparece en toda la puesta en marcha de esta fiesta de Navidad y Epifanía: alumbrado de calles, plaza y árboles sin indicación alguna de qué celebramos; profusión de ofertas de regalos que traen no se sabe si Papa Noel, Santa Claus o los Magos el 25 de diciembre o el 6 de enero. Los Magos, desde luego, trajeron regalos a Jesús Niño, cuando le adoraron en Belén con María y José. Con mucha frecuencia la publicidad masiva hace de estas figuras de Navidad personajes míticos, cuando se sabe bien, por ejemplo, que San Nicolás, obispo de Mira, actual Turquía, está detrás de Papa Navidad/Santa Claus, pues el 6 de diciembre, su memoria litúrgica, se acostumbraba a regalar a los niños chuches y otros dulces porque ya se acercaba la Navidad. Y los Magos sencillamente son unos sabios que ante una estrella observada más brillante llegan de Oriente buscando al Niño que ha nacido, se postran ante Él y le dan unos regalos un tanto curiosos: oro, incienso y mirra.
 
Pero hace ya tiempo que ha surgido otro tipo de “celebraciones”, que evitan la iconografía cristiana de belenes o nacimientos, estrella que guía a los Magos. Otras veces, se convierte a estos en personajes camuflados, que aportan magia (¿engañando a los niños y adultos que se dejan?). Lo hacen concejalías de festejos y la idea que explican es que toda fe religiosa no puede exhibirse en el espacio público, y sin renunciar a la tradición, la tradición cristiana ha de camuflarse. No sea que se enfaden aquellos intolerantes que juzgan como ofensa que otros expresen claramente su verdad.
 
Y hay más: para aquellos que no creen en nada ni en nadie, estas concejalías piensan que hay que celebrar algo, porque en Navidad no están “protegidos” de los creyentes, que creen y pretenden mostrar su “tradiciones” en el ámbito público, y la Navidad es de todos. ¿Qué celebrar entonces? Por ejemplo, el solsticio de invierno, y por eso la luz, las fiestas de fantasía, etc. Esos sí, estos festejos se pagan con dinero público. Se dan, además, razones para ello: las tradiciones evolucionan y, desde que nació Jesús de Nazaret, mucho han cambiado las tradiciones y no es tiempo de hacer siempre lo mismo.
 
A mí no me preocupan este tipo de fiestas que nada o poco tienen que ver con Navidad, porque por aburrimiento morirán y habrá que idear otras. Me molestan que autoridades locales las impongan porque ellos no creen en Cristo o entienden la Navidad cristiana como una “tradición” al lado de otras. El Nacimiento de Cristo no es una tradición; es un hecho histórico narrado, por cierto muy bien, por los evangelistas Mateo y Lucas. Si no se quiere celebrar esta fiesta cristiana, nadie tiene que obligar a ello. Los cristianos no somos tan cretinos como para asustarnos porque no digan los evangelistas qué día exacto nació Jesús de Nazaret. Pero nació un año concreto que coincidía con un año concreto de la fundación de la ciudad de Roma (“Ab urbe condita”). Lo importante no es si nació en invierno o en verano, pero sí en Belén de Judá. Pretender una Navidad laica (=laicista) como única forma de hacer efectivo el principio de no confesionalidad del Estado se aleja de la realidad.
 
En todo el mundo, y también en la práctica totalidad de las naciones occidentales de tradición cristiana celebran oficialmente el 25 de diciembre (o el 6 de enero) la Navidad y muestran signos externos de esta fiesta cristiana. Los que quieren que Navidad se celebre desprovista de toda simbología religiosa cristiana, están evitando que esos iconos de la Navidad cristiana desparezcan de nuestra tradición cultural.
 
Con alegría, paz y deseos de ser mejor persona he celebrado Navidad. Estoy seguro que ustedes también, y están dispuestos a celebrarla en años venideros.