Sigue preocupándonos muchísimo la corrupción y la quiebra moral que padecemos. A pesar de que soy un hombre de esperanza, pienso que esta quiebra va a continuar por un tiempo largo. La enfermedad es grave y la crisis es honda; la curación va a requerir tiempo. Entre tanto, corremos la tentación muy española, además, de culpar a otros, en concreto, a los políticos de manera generalizada. Esto es injusto, además de ser falso y, estimo, muy peligroso para la convivencia y el futuro próspero y pacífico de nuestro pueblo.

Existe, de hecho, un grave riesgo en nuestra sociedad: la constante descalificación de los políticos por parte de un sector de la población y de la opinión pública, o de los políticos entre sí, la crítica sistemática hacia ellos, o su culpabilización de cuanto de malo acontece en la sociedad, con lo que lleva de inhibición e irresponsabilidad consiguiente por parte de los ciudadanos. Ni magnificarlos, ni minusvalorarlos, y menos aún «demonizarlos».
Es preciso mostrar nuestro reconocimiento franco y leal de la labor política y hacia los políticos, y estimar sin reservas su imprescindible y nada fácil labor y servicio sacrificado a la sociedad. Y junto a este reconocimiento, para el que no pongo ningún paliativo ni ninguna reserva, hay que recordar, como señalaban los Obispos en su documento de noviembre de 1990, «verdad os hará libres», que «la vida política tiene también sus exigencias morales. Sin una conciencia y sin una voluntad éticas, la actividad política degenera, tarde o temprano, en un poder destructor. La ejemplaridad de los políticos es fundamental y totalmente exigible para que el conjunto del cuerpo social se regenere. Por esto una operación de saneamiento, de transparencia, es imprescindible para la recomposición del tejido moral de nuestra sociedad».

Y todo esto sin separar la moral pública de la moral privada, que es una de las trampas que se nos tiende hoy y que contribuye, de manera decisiva, a la quiebra y al deterioro moral del hombre y de la sociedad. Y sin olvidar tampoco lo fundamental de la realidad de Dios para la vida y la verdad del hombre y de su comportamiento. El origen de la grave quiebra humana y moral que padecemos radica, muy fundamentalmente, en el eclipse de Dios de nuestra cultura ambiental y dominante. Pero la verdad es que el inmenso hueco que ha dejado Dios al expulsarlo no pocos, más o menos conscientemente, de sus corazones, ha quedado sin arraigo lo humano del hombre.

No podemos mantener por más tiempo esta situación. Todos estamos llamados a superarla. Los cristianos tenemos una especial y singular responsabilidad en este tiempo: la de mostrar a Dios como fundamento del hombre. No podemos seguir manteniendo una situación en que la fe y la moral se arrinconen en el ámbito de la más estricta privacidad. Traicionaríamos y no serviríamos al hombre y su futuro, ni a la sociedad, si los cristianos consintiésemos ese arrinconamiento. Es necesario que los cristianos, con decisión al tiempo que con humildad, ofrezcamos libremente a la libertad de todos la fuerza renovadora y humanizadora del Evangelio, fuerza que es regeneración y renovación humana y moral de la sociedad con una vida nueva digna del hombre.

* El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de para el Culto Divino y de los Sacramentos.

*Publicado en el diario