Hace unos días celebrábamos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, es decir, la Virgen ha sido concebida sin mancha de pecado, sin ni siquiera el pecado original. ¿Pero qué es el pecado original?
 
Benedicto XVI en su Audiencia General del 4 de diciembre del 2008 nos dice sobre  éste: “La fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y uno malo, sino que hay un solo principio, el Dios creador, y este principio es bueno, sólo bueno, sin sombra de mal. Por eso, tampoco el ser es una mezcla de bien y de mal; el ser como tal es bueno y por eso es un bien existir, es un bien vivir. Este es el gozoso anuncio de la fe: sólo hay una fuente buena, el Creador. Así pues, vivir es un bien; ser hombre, mujer, es algo bueno; la vida es un bien. Después sigue un misterio de oscuridad, de noche. El mal no viene de la fuente del ser mismo, no es igualmente originario. El mal viene de una libertad creada, de una libertad que abusa”.
 
En Génesis 3,1-24 encontramos la narración sobre el pecado original, una de las mejores descripciones, si no la mejor, de la literatura universal sobre el origen del mal. Ya en el primer versículo nos encontramos con la serpiente, y es que en el origen del mal hay dos protagonistas: por una parte el ser humano, por otra la serpiente, que en la tradición bíblica representa al Demonio, al espíritu del mal y que nos indica eso que hay de extrahumano en el mal. La tentación con que la serpiente tienta a Eva es de algo bueno, “seréis como Dios” (v. 7), que de hecho es nuestra máxima aspiración y que vamos a conseguir, pero no por el camino de la rebelión contra Dios, sino por el camino contrario del amor hacia Él y de la obediencia a sus mandamientos. Pero el ser humano se deja seducir por la serpiente.
 
El  pecado está, pues, en la desobediencia (cf. Rom 5,19). Las consecuencias de este rechazo de Dios son grandes. Ahora bien, el primer efecto de la ruptura de la unión con Dios, es que “se dieron cuenta de que estaban desnudos” (Gén 3,7),  por lo que sienten vergüenza, lo que hace que la relación entre el hombre y la mujer quede perturbada,  pues se ha introducido el egoísmo con sus disputas, resentimientos, rechazos del otro, incapacidad de comunicarse y amarse, pero no es un destino irremediable, porque Dios no abandona a los humanos ni quiere el sufrimiento ni la injusticia, por lo que luchar contra el pecado y sus consecuencias es algo bueno.  
 
No olvidemos que el mal y el pecado original son misterios que no podemos racionalizar del todo. Recuerdo que en cierta ocasión hice un cursillo sobre el pecado original y el profesor nos dijo como conclusiones: 1) el pecado original es un dogma en el que hay que creer, aunque los teólogos no tengan del todo claro en qué consiste; 2) si aceptamos el pecado original, en este mundo hay unos cuantos problemas muy complicados; 3) si no lo aceptamos, este mundo es sencillamente incomprensible. De hecho uno de los grandes errores del marxismo fue no creer en él y, en consecuencia, toda su concepción del hombre fue inviable por falsa. Y es que el ser humano, aunque ha sido creado bueno, tiene en él una inclinación al mal que llamamos concupiscencia. Olvidarnos de ella lleva al desastre.
 
Una de estas dificultades consiste “en que hoy muchos científicos piensan que al comienzo de la historia de la humanidad no hubo sólo una pareja (monogenismo), sino que, por el contrario, la vida humana en el proceso de la evolución se formó más o menos simultáneamente en varios lugares (poligenismo, o también polifiletismo). A este propósito, el magisterio de la Iglesia afirma que no está claro como semejante opinión sea conciliable con la doctrina del pecado original (DS 3897; D 2328). Hoy, sin embargo, se alude con frecuencia a que el nombre Adán, en lenguaje bíblico, no se refiere a un solo hombre, sino que es una denominación colectiva de ‘los’ hombres y ‘la’ humanidad…  El sentido de la doctrina de la Iglesia, por consiguiente, se salvaguarda si se afirma que el género humano, que forma una unidad, rechazó ya en los orígenes la salvación que Dios le ofrecía y que la situación de pecado que de aquí resulta es una realidad universal, de la que nadie puede librarse por sus propias fuerzas. Si se afirma esto, el problema que plantea la disyuntiva entre monogenismo y poligenismo es un problema puramente científico, pero no un problema de fe” (Conferencia Episcopal Alemana, Catecismo Católico para Adultos, 4ª edición, Ed. BAC,  Madrid 1992, 142143).