El papa Francisco preside hoy en el Vaticano la solemne ceremonia en la que tendrá lugar la canonización de la Madre Teresa de Calcuta. Con este reconocimiento público de su santidad, la Iglesia nos invita a contemplarla como testigo del amor de Dios, como modelo en el seguimiento de Jesucristo y como intercesora permanente ante el Padre.

La contemplación de la vida de la “Santa de los pobres”, como la de los restantes santos, es siempre una invitación a renovar nuestra vocación a la santidad. La llamada a ser perfectos como el Padre celestial no es privilegio de unos pocos, sino exigencia para todos los bautizados. En virtud del bautismo hemos sido injertados en la santidad de Dios para mostrarla y concretarla en cada instante de la vida.

En ocasiones, muchos cristianos piensan que la santidad es muy difícil alcanzarla y, por lo tanto, ese camino no es para ellos. Santa Teresa de Calcuta nos muestra, con su estilo de vida y con sus enseñanzas, que la santidad es posible. Basta que hagamos con mucho amor de Dios las pequeñas cosas de cada día y que afrontemos con coraje y determinación la vivencia de las enseñanzas evangélicas. Lo que agrada a Dios no es lo mucho que hacemos, sino el mucho amor que pongamos en las pequeñas cosas que realizamos en cada momento de la existencia.

Este amor hemos de concretarlo en las relaciones con nuestros semejantes, conociendo sus pobrezas y descubriendo en ellas al mismo Cristo. Por esto, la Santa, al referirse a las pobrezas de los occidentales, nos decía: “Las enfermedades físicas pueden curarse con medicinas, pero el único remedio para la soledad y la desesperación es el amor. La peor enfermedad que acecha hoy al mundo occidental no es la tuberculosis o la lepra; es el hecho de no ser deseado, de que nadie nos ame ni se preocupe por nosotros… Hay muchas personas en el mundo que se mueren por un trozo de pan, pero hay muchas más que se mueren por un poco de amor”.

El testimonio creyente de esta mujer, pequeña de estatura, encorvada por el peso de los años y experimentada en el amor misericordioso a las prostitutas, a las mujeres maltratadas, a los niños abandonados, a los enfermos del sida y a los ancianos desamparados, nos invita a detener el paso y a poner un límite a nuestras prisas para descubrir que el amor nos hace verdaderamente humanos. Amar a los demás y dejarnos amar por ellos es siempre camino de santidad y fuente de alegría pues todos hemos sido creados para amar y ser amados.

Ahora bien, ¿de dónde sacaba Teresa de Calcuta la capacidad para amar? ¿De dónde nace el amor a los más pobres por parte de las Misioneras de la Caridad, fundadas por ella? Solamente quien ha descubierto que Dios le ama primero y que ama al mundo con un amor misericordioso puede acoger ese amor en la oración y celebrarlo en los sacramentos, sabiéndose elegido por Él para convertirse en regalo de su amor y de su compasión para sus semejantes, especialmente para los más pobres.