El presidente del PP, Mariano Rajoy, anunció la intención de su partido de presentar una enmienda esta semana en el Congreso de los Diputados para que se retire el proyecto de ley del Gobierno sobre el aborto. Rajoy afirmó que la manifestación del pasado sábado había sido un éxito y que la sociedad ya había hablado.
 
En efecto, lo ocurrido el sábado en las calles de Madrid fue un triunfo de la cultura de la vida frente a la cultura de la muerte y la expresión de que la opinión pública no secunda un proyecto tan aberrante que trata de convertir un delito en un derecho. En general, las encuestas previas, publicadas en los medios antes de la gran cita callejera, rechazaban los términos de la ley. El rechazo se visualizó más tarde  en las imágenes de televisión y en las fotos espectaculares que aparecieron en la prensa del día siguiente: «Un río de vida», «Un clamor en defensa de la vida», etc.  Lo  más llamativo quizá de la concentración fueron los pocos gritos de protesta  –fuera del clásico «Zapatero, dimite»- para incidir en el carácter de afirmación que la envolvía. La vida es una afirmación.
 
Madrid, parafraseando a Hemingway, era una fiesta. Y no para festejar la victoria en una guerra, sino para empezar una batalla incruenta, animosa, positiva… La gente tenía ganas de bailar y  cantar. Les pedía el cuerpo que los desánimos provocados por un Gobierno sectario se convirtieran en una explosión de optimismo. ¿Y si el Gobierno rectificara?
 
Todo empezó de víspera, como las grandes fiestas, como el chupinazo de Pamplona. Benigno Blanco, presidente del Foro de la Familia, animó a la gente a no perderse la manifestación porque iba a ser histórica y algún día podríamos decir orgullosos: «Yo estuve allí». Dio en el clavo, se cumplió su predicción, fue una manifestación histórica entre las históricas.
 
Sobre la posibilidad de que, a la vista de la masiva participación que se esperaba,  el presidente  del Gobierno reconsiderase su postura, Blanco se mostró escéptico, pero recordó que una manifestación  celebrada en París le impulsó a Miterrand a retirar una ley a la vista del rechazo popular.
 
En cambio, yo tengo esperanzas –infundadas, eso sí- de que se opere en Zapatero una transformación. Torres más altas han caído y no hace falta que ocurra ningún fenómeno extraordinario. Bastaría con que al presidente le cayera en las manos un libro de Julián Marías titulado «Sobre el cristianismo», que es una joya para el pensamiento. Marías, como es sabido, fue secretario de Julián Besteiro durante la II República y al presidente le tiene que sonar bien el nombre del ilustre socialista, aunque el socialismo de Besteiro fuera más atemperado que el de nuestro jefe del Gobierno.
El filósofo trata  desde la antropología –no desde la religión, la sociología, la ciencia o la política- lo que llama sin medias tintas la «monstruosidad» del aborto.  «Se ha extendido de manera aterradora –escribía - la aceptación social del aborto, el máximo desprecio de la vida humana en toda la historia conocida, y a la vez la negación de la condición personal». Esto escribió Marías en julio de 1997, es decir, doce años después de que el Gobierno de Felipe González introdujera una reforma del Código Penal por la que se establecían unos supuestos en los que el aborto no era punible. Como es sabido, dichos supuestos –sobre todo, el último, que se refiere a la salud de la madre- fue un coladero por el que se esquivó la legalidad. Lejos de restringir el número de abortos, aumentó en cifras escalofriantes y en procedimientos crueles, como las trituradoras que se utilizaban en clínicas abortivas para deshacerse de los fetos, noticia que conmocionó a la opinión pública hace un par de veranos.
 
Ahora, con el anteproyecto de ley del Gobierno Zapatero, se pretende que las muchachas de 16 años puedan abortar sin autorización y sin conocimiento de sus padres, aspecto que podría ser un señuelo para eliminarlo y dar la impresión de que se escucha la voz de la calle. Los apoyos de la izquierda no lo permitirán y aunque lo hicieran el proyecto de ley no dejaría de ser perverso porque todo su contenido es una afrenta al derecho natural. Además, la demanda social es nula, Las encuestas lo dicen paladinamente. ¿Por qué y para qué se mete el Gobierno en este embrollo? Ni por electoralismo, ni como cortina de humo tiene sentido  Sólo se entiende por la aplicación de la «ideología de género»: sexo, el que se quiera y que se reconozca en el Registro Civil; matrimonio, una institución opresora y anacrónica; maternidad, una esclavitud para la reproducción de la especie… 
 
Como Zapatero acaba de regresar de Oriente Medio y de medir sobre el terreno las posibilidades de un acuerdo de paz de israelíes y palestinos, tal vez le interese conocer que el citado autor, Julián Marías, comparaba el aborto –cuando no había adquirido las proporciones alarmantes de ahora- con el genocidio de los judíos en los campos de exterminio de los nazis.
 
En fin, y aunque sea una corazonada (corazonada olímpica, si se quiere), Zapatero puede rectificar, debe rectificar. Creo que sería –hasta políticamente- su iniciativa más sabia y sensata y una muestra de que, por fin, quiere gobernar para todos. Es un proyecto que repele a la mente y hiela la espina dorsal. Las generaciones venideras se extrañarán de que la soberanía popular no lo rechazara. Pensar que el aborto en España  pueda ser el más radical y permisivo de nuestro entorno (aunque merece la pena luchar hasta la eliminación total de este nuevo genocidio) es un asunto más grave con visión histórica que la propia crisis económica. Después de todo, ya se ha dicho que en la base de la crisis que padecemos está una crisis de valores que pide a gritos el correspondiente rearme moral.
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