Desde 2013, cada 9 de septiembre en los Estados Unidos se celebra el Día Nacional en Recuerdo de los Niños Abortados, a fin de conmemorar a los 65 millones de bebés que han sido abortados desde el infame fallo (Roe v. Wade) que en 1973 legalizara el aborto. En ese día de oración y duelo también se celebra la decisión que en junio de 2022, bajo la administración de Donald Trump, tomara la Corte Suprema de los Estados Unidos de dejar la regulación del aborto en manos de cada estado. Esto ha permitido a varias administraciones provida proteger a los no nacidos, salvando con ello muchas vidas.

Desafortunadamente, la declaración del aborto como derecho por parte de importantes organismos internacionales, entre ellos la Organización de Naciones Unidas, ha aumentado la enorme presión sobre los estados que protegen la vida, pues dichos organismos promueven con gran fiereza el llamado aborto seguro como un derecho humano necesario a fin de “garantizar la promoción y protección de los derechos humanos de todas las mujeres y su salud sexual y reproductiva”.

De hecho, tras la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos, la ONU, apoyada por 196 signatarios, hizo un fuerte llamado declarando que, al revocar la protección constitucional establecida para el acceso al aborto, Estados Unidos “violaba sus obligaciones bajo el derecho internacional de derechos humanos, codificado en una serie de tratados de derechos humanos de los que dicho país es parte o signatario.” Asimismo, la Organización Mundial de la Salud, dando muestras de un cinismo que hiela la sangre, afirma que, “el aborto es una intervención sanitaria segura y sin complejidad.” Ya que, de acuerdo con la OMS, “casi todas las muertes y lesiones resultantes del aborto no seguro son totalmente evitables, por lo que obtener un aborto seguro es una parte crucial en la atención de la salud”.

Es importante resaltar que, tras el llamado aborto seguro, se esconde un crimen atroz que cada año aniquila millones de víctimas inocentes mediante diversas técnicas a cual más cruel, sangrienta y despiadada, tales como: succión, dilatación y curetaje, dilatación y evacuación, inyección salina y parto parcial (en el cual el feto es evacuado por partes después de ser mutilado). Adicionalmente, innumerables abortos se realizan mediante productos químicos, entre los cuales resalta la cada vez más popular y fácil de obtener "píldora del día después”. Además, como todo acto violento contra la naturaleza, el aborto tiene grandes riesgos y serias consecuencias para la mujer: depresión, ansiedad, pérdida de la fertilidad y en ocasiones hasta la muerte. Actualmente, según datos de la OMS, el aborto es un procedimiento habitual en todo el mundo: 6 de cada 10 embarazos no planeados y 3 de cada 10 embarazos regulares terminan en un aborto provocado.

La presión ejercida por los organismos internacionales, lamentablemente apoyada por la mayoría de los dirigentes occidentales, ha traído como consecuencia la cruel y despiadada persecución contra quienes protegen la vida. Así, la información fidedigna a la mujer embarazada, los tiempos de reflexión y espera, los límites en los servicios de aborto o la negación del médico a cometer el crimen del aborto están prohibidos en varios lugares y son considerados una merma a “la salud” de la mujer y como tal se clasifican de “violencia de género y delito de odio”. Además, en cada vez más sitios está prohibido rezar, aunque solo sea mentalmente, frente a los abortorios, lo cual es penalizado con grandes multas y hasta con la cárcel.

Desafortunadamente, parte de la sociedad se ha habituado al genocidio del aborto y son varios quienes lo condonan bajo ciertas condiciones y circunstancias olvidando que toda vida humana, desde el momento de la concepción, es sagrada, pues ha sido creada a imagen y semejanza de Dios.

El aborto provocado es un asesinato cruel, frío y alevoso promovido por instituciones internacionales, organizaciones “filantrópicas” y la mayoría de los gobiernos occidentales que, con la ley en la mano y bajo la “respetabilidad” de una bata blanca, han convertido el lugar que debería ser el hogar más apacible y seguro del ser humano, el seno materno, en el escenario del crimen.

Hemos olvidado que, mientras sigamos negando la autoridad de Dios y hagamos leyes que contradicen sus más sagrados preceptos, seguiremos labrando nuestra propia destrucción. Pues, como nos advierte Alicia von Hildebrand: “La obra diabólica que ha tenido lugar desde la legalización del aborto es que ha destruido, en aquellas trágicas mujeres que han permitido que asesinaran a su hijo, el sentido de la sacralidad de la maternidad. El aborto no solo asesina a los inocentes; asesina espiritualmente a las mujeres... la herida creada en sus almas es tan grande que sólo la gracia de Dios puede sanarla. El alma misma de una mujer está destinada a ser maternal.”

Mientras se siga promoviendo en nuestra sociedad el libertinaje sexual que, en su desprecio por la modestia, la pureza y la castidad, está íntimamente vinculado a la mentalidad anticonceptiva que desliga el acto sexual de la procreación, seguirá practicándose masivamente el crimen del aborto. El cual elimina a los inocentes hijos, deja a las madres destrozadas y deshonra a los padres que, por comodidad y cobardía, no son capaces de defender a sus vástagos ni de proteger a sus mujeres. Nuestra sociedad necesita, parafraseando a Dietrich von Hildebrand, “recuperar la virtud de esa pureza que percibe y respeta el carácter del sexo: su profundidad, seriedad, e intimidad; dentro del marco del amor conyugal que, abierto a la vida, hace posible la entrega total y recíproca de uno mismo”.