El monte Bessillon pertenece al término municipal de Cotignac, en la Provenza. Allí tuvo lugar el 7 de junio de 1660 la única aparición de San José, que está reconocida por la Iglesia. No se asemeja a otras apariciones en la que se transmiten detallados mensajes a un vidente. De hecho, no hay mensaje que transmitir. El patriarca solo ha venido en auxilio de un joven pastor, agobiado por la sed, en un día muy próximo al verano. Se presenta como un hombre de considerable estatura que señala al pastor una enorme roca, y le dice: «Soy José, levántala y beberás». Gaspard le dirige una mirada de incredulidad, pues se ve incapaz de levantarla. Pero José reitera su orden y el pastor la levanta sin demasiado esfuerzo.  Descubre debajo un manantial de agua fresca y bebe con avidez pero, cuando levanta la vista, se da cuenta de que está solo. José apenas ha roto el silencio que le atribuyen los Evangelios.

El que no se calla es Gaspard y difunde la noticia por los contornos, de tal manera que acuden al manantial enfermos de todas partes para curarse y aliviarse. Muy pronto se construye en el lugar un oratorio provisional, y en 1663 se inaugura la capilla actual.  Desde entonces, la capilla ha resistido todos los estragos del tiempo, incluidos los de la Revolución francesa, aunque tuviera que ser abandonada durante algunos años.  Sobre la capilla se cernió un cierto olvido durante el siglo XIX y una gran parte del XX, aunque cada 19 de marzo una peregrinación reunía a las gentes de las proximidades. Finalmente, en 1975 se establecieron allí los benedictinos del monasterio de Medea, en Argelia, y el arquitecto Fernand Pouillon construyó un nuevo monasterio junto a los restos de los edificios del siglo XVII. La obra armoniza lo antiguo y lo moderno.

Monasterio de San José en el monte Bessillon.

Por la misma época en que se produjo esta singular aparición de San José, Francia fue consagrada al santo patriarca por Luis XIV, a instancias de su madre, Ana de Austria. Eran los tiempos en que la Corte francesa se detenía a escuchar la oratoria sagrada de Jacques-Bénigne Bossuet, una de las personalidades más influyentes de la Iglesia de entonces. A veces se nos ha dado una visión de Bossuet más propia de un tratadista que construye una teoría política de la monarquía francesa, y se ha olvidado su profunda espiritualidad y sus grandes conocimientos sobre la Sagrada Escritura y los padres de la Iglesia. La palabra de Bossuet, como la de otros predicadores de palacio, era una semilla lanzada a unos interlocutores que parecían tener su corazón demasiado volcado hacia las exigencias del poder y del prestigio externo. Pero no corresponde al predicador recoger los frutos, sino que es Dios el que recoge la cosecha a su tiempo.

Jacques-Bénigne Bossuet (1627-1704), en un retrato de Hyacinthe Rigaud (1702). Museo del Louvre.

Bossuet hizo ante Ana de Austria dos panegíricos sobre San José, ambos en un 19 de marzo, los de 1659 y 1661. En el primero José es presentado como el custodio de María y de Jesús, y a la vez se resalta el hecho de que supiera guardar toda su vida el secreto que Dios le había confiado. En el segundo, Bossuet parte de la cita bíblica de que el Señor ha buscado un hombre según su corazón (1 Sam 13, 13). Se refiere a David, antepasado de José, y el predicador alaba la sencillez, el desprendimiento y la humildad del patriarca. Afirma que su fe sobrepasa la de Abrahán, modelo de fe perfecta, porque ha tenido que custodiar a un Dios que ha nacido y crecido en la debilidad. José se asemeja al barro moldeable al que el alfarero le da los contornos definitivos. 

Cuando se pronuncian estas palabras, José se ha hecho presente en una aldea de la Provenza. No ha aparecido con poder y majestad, no ha querido expresar que había sido demasiado olvidado en diecisiete siglos de historia de la Iglesia. Por el contrario, la manifestación de José ha estado marcada por la discreción y por el servicio. Ha cuidado de un joven pastor, como cuidó durante años de Jesús y de María. Ha sido padre una vez más. Con ello nos recuerda que la paternidad está siempre ligada al servicio. Esa es la paternidad que infunde confianza, la que fundamenta la autoridad en el servicio, y no la del padre «señor de vidas y haciendas» del pasado, que tanto ha contribuido al actual descrédito de la figura paterna. Sin embargo, cuando se cuestiona o se niega al padre, la fraternidad se hace imposible. Es lo que sucede en la sociedad actual, donde ha crecido la semilla del individualismo. José nos recuerda que el mundo necesita padres para que todos lleguemos a ser hermanos.

Publicado en Alfa y Omega.