De todos modos parece que existen unas ciertas normas de reparto en la asignación de los juegos, tal vez no escritas, pero efectivas, como es la sucesión de continentes en su organización. Téngase en cuenta que los cinco aros del emblema olímpico son la representación de las cinco grandes áreas de la tierra a las que llamamos continentes. Desde 1896, que tuvieron lugar las primeras olimpiadas en Atenas promovidas por el noble francés, barón de Coubertin, masón y como tal feligrés de las deidades paganas, hasta las de 1952, celebradas en Helsinki (Finlandia), todas ellas las organizaron ciudades europeas, menos las de 1904 (San Luis, EE.UU.) y 1936 (Los Ángeles). A partir de Finlandia, los juegos han seguido, por el oren que se cita, la siguiente rotación: Melbourne (Australia), Roma (Europa), Tokio (Asia), Méjico (América del Norte), Munich (Europa), Montreal (América del Norte), Moscú (Europa), Los Ángeles (América del Norte), Seúl (Corea del Sur, Asia), Barcelona (Europa), Atlanta (EE.UU., América del Norte), Sidney (Australia), Atenas (Europa), Pekín (Asia) y la de 2012 a celebrar en Londres (Europa).
 
Por consiguiente, era una temeridad imaginar que el COI concedería a Madrid, por muy preparada que estuviese y por mucho que el edil de la Cibeles tuviera la tentación –es una hipótesis- de engrasar a los comités olímpicos de medio mundo, unas olimpiadas a continuación de las de Londres. Un hecho así supondría otorgar el «evento» a dos vecinos seguidos, porque vecinos somos ingleses y españoles, separados únicamente por la bañera del mar Cantábrico, bravío y con malas pulgas, pero a fin de cuentas una bañerita planetaria. París lo entendió perfectamente, y se retiró de la puja. ¿Para qué insistir si estaba todo decidido de antemano?
 
No sé quién diablos pudo convencer al faraón madrileño, Ramses Gallardón, de que podía tener alguna posibilidad de gozar del «COI-to» olímpico, orgasmo incluido, teniendo en frente, sobre todo a Río de Janeiro, que se presentaba con la bandera populista de un cierto tercermundismo y la marginación permanente de Sudamérica, y eso está feo en el mundo en que vivimos. ¿Que tiene todo el proyecto en barbecho? Bueno, ya se encargará la fraternidad olímpica internacional de echarle una manita. ¿Qué hay mucha delincuencia en Río? Ya se ocupará Lula de hacer redadas gigantes a la soviética de delincuentes, reales o supuestos, y montar un enorme GULAG allá en la Amazonía, con el beneplácito del mundo entero, para convertir a la capital de la samba en una balsa de aceite, al menos mientras duren los juegos.
 
En todo caso los madrileños deben agradecer al COI que les haya librado de la pesadilla de unos juegos que, en manos de Gallardón I «el gastoso», hubieran supuesto la ruina total de Madrid. Dicen las lenguas de doble filo plumíferas que se ha machacado seiscientos millones de euros sólo en la preparación de la candidatura, ¿qué no se hubiera gastado en la edificación de instalaciones y la celebración de esa milonga pagana? Madrid, la ciudad más endeudada de España, con un bollo de 7.000 millones de euros, acapara, ella sola, la cuarta parte de la deuda total de todos los municipios españoles, gracias –o más bien desgracia- a este alcalde rumboso que se embarca en obras faraónicas y muchas de ellas de muy dudosa necesidad, sólo a mayor gloria de sus ambiciones políticas. Díganme qué hubiera pasado de salirse con sus pretensiones olímpicas. Con seguridad la bancarrota de Madrid, que la dejaría en cueros durante decenios y a los madrileños asados a impuestos y tasas depredadores. Pienso que ha sido mejor que el COI le haya tomado el pelo, dejándole compuesto y sin novia, porque este hombre es un peligro nacional. ¿Para cuándo las elecciones con listas abiertas?