La religión es un tema ineludible en la prensa actual. Las notas sobre esa temática atraen a más público, creyente o no, y esto aumenta, entre otras cosas, las ventas. Sin embargo, en la mayor parte de la prensa aconfesional, el trato que merece la información religiosa, concretamente la católica, es muy deficiente.
 
Algunos medios de comunicación distorsionan la información por varios motivos (choque de principios ideológicos, afán de exclusivas, sensacionalismo, etc.),  pero esas razones no las conoce siempre el auditorio quien, las más de las veces, se queda con lo visto, oído o leído. De esta forma, un hecho eclesial, por ejemplo, llega a las personas con la máscara que cada medio quiso presentarlo y no como fue.
 
A continuación presentamos diez claves de orientación que serán de ayuda al momento de revisar la prensa no especializa en temas católicos. Los primeros cinco puntos son pautas orientativas aplicables a temáticas generales; los otros cinco puntos (escollos) se aplican a notas relacionadas con la información que del catolicismo dan algunos medios en particular.
 
Noticia y comentario no son lo mismo. La noticia es el hecho sucedido. El comentario es la valoración del acontecimiento. La noticia nos dirá, por ejemplo, que el cardenal prefecto para la congregación para la doctrina de la fe publicó un documento sobre el tema «x», en tal fecha, en tal lugar. El comentario valorará, según la línea editorial del medio en cuestión, positiva o negativamente el suceso y el tema, y dará salida a comentarios de personajes afines a esa línea del medio en cuestión.
 
Otro punto importante es la ubicación que tiene, en la prensa impresa o digital, el artículo. Los occidentales leemos de izquierda a derecha, de arriba abajo. Cuando un periódico coloca un comentario en la parte superior izquierda de una hoja o portal, sobre todo si es la principal, es porque ese tema, para bien o para mal, es lo que le interesa destacar.
 
¿Por qué sucede que un medio de comunicación, indistintamente cuál sea la noticia, estará siempre en contra de una institución, por ejemplo, como la Iglesia católica?
 
Los medios de comunicación tienen un propietario y el propietario posee intereses, amigos, comulga con una ideología y afinidades políticas bien claras. Resulta comprensible, aunque no justificable, que si el dueño se ve «atacado» en alguno de ellos, tratará siempre de presentar noticias negativas sobre la institución que se le presenta como contraria, para desacreditarla.
 
Yendo al caso concreto de la Iglesia católica, ¿cómo entender esto? La Iglesia católica ha sido clara en la defensa de aquellos principios y valores no negociables (defensa de la vida, de la familia, de la auténtica sexualidad, del verdadero matrimonio, etc.). Varios propietarios (que coinciden en ser los directores de los medios de comunicación) apoyan a gobiernos, partidos políticos o grupos de poder que promueven el aborto, la eutanasia o la equiparación de parejas del mismo sexo a «matrimonios». La única forma de sofocar la voz del enemigo es desprestigiarlo, de ahí que algunos medios de comunicación, sin importar cuál sea la noticia, siempre presentarán lo referido a la Iglesia católica con saña o incluso inventando o malinterpretando declaraciones o hechos.
 
En otros casos, tal vez el director del medio no sea del todo contrario a lo católico en concreto, pero en su afán de conservar publicidad que le deje entradas económicas, preferirá ir contra la Iglesia, que no le da dinero, a ir contra anunciantes que sí se lo dan, como clínicas abortistas, distribuidoras de preservativos u ONG´s que apoyan lobbies homosexuales.
Algo que debe quedar bien claro en la mente de toda persona que se sienta frente a un televisor o monitor, que enciende la radio o abre un periódico, es que un periodista no lo sabe todo. Y quizá debamos tenerlo aún más presente cuando habla o escribe sobre religión, en particular sobre la católica. Periodismo no es igual a teología. Son áreas distintas que precisan de conocimientos diferentes.
 
Sucede con mucha frecuencia que algunos periodistas o escritores, se dedican a despotricar contra la Iglesia desconociendo mucho de lo que atacan; basándose en suposiciones o prejuicios adquiridos.
 
Para fiarnos o no de lo que transmiten sobre el tema religioso, hay que conocer la especialización y trayectoria del periodista en cuestión (sucede también que muchos de los que escriben ni siquiera tienen la titulación en este campo); si está capacitado para escribir o hablar sobre lo católico y qué tipo de temas trabaja comúnmente. Dígase lo mismo para los columnistas o comentaristas invitados u ordinarios. Es lógico que un economista tenga poco qué decir sobre religión, a no ser que aborde el tema en relación con su especialización. Y aun así debemos ser críticos y verificar que sus juicios o apreciaciones estén dentro del marco y consonancia de sus conocimientos.
 
Todos tenemos derechos a opinar, pero también tenemos la obligación de hacerlo con responsabilidad, conocimiento de causa y verdad.
 
Muchos medios de comunicación parten a priori de un prejuicio negativo sobre cualquier acontecimiento o pronunciación de la Iglesia católica, sea institucional o no. ¿Por qué? Como ya dijimos líneas arriba, la Iglesia católica es clara al manifestar cuáles valores y principios no son negociables.
 
Cuando algunos grupos mediáticos están apoyando posturas contrarias a esos principios que pregona, promueve y defiende la Iglesia católica, resulta sencillo identificar por qué vetan espacios a lo auténticamente católico y por qué se valen de ejemplos disonantes de otros “católicos” para universalizar errores puntuales.
 
Algo que el auditorio debe tener bien presente, es si el medio de comunicación que continuamente reporta informaciones negativas sobre la Iglesia, da oportunidad para que representantes auténticos de ella expresen el sentir u opinión verdadera sobre alguna información errada o en tela de juicio.
 
También sucede que cuando algún obispo, Conferencia Episcopal o la Santa Sede ofrece una rueda de prensa sobre el tema «X», lo que algunos hacen es, en lugar de informar sobre el contenido del evento, dar salida a voces discordantes dentro de la misma Iglesia ocasionando así que el lector se quede con una visión negativa del acontecimiento. Lo peor viene cuando, habiendo distorsionado un hecho, no se da cabida a la expresión de un representante auténticamente católico y, menos aún, se pide una disculpa pública cuando la noticia presentada estuvo equivocada.
 
Este punto va muy de la mano con los números 3 y 7. Las equivocaciones en este campo son abundantes. A veces se aplican las categorías políticas a la realidad eclesial (es una monja «conservadora», es un cura de «derechas», es un obispo de «izquierdas», es un cardenal «progresista», etc.); otras se emplean erróneamente términos en temas que no tienen que ver (por ejemplo cuando se habla o escribe de diálogo ecuménico para referirse al diálogo de los católicos con los musulmanes o los judíos; lo correcto es decir diálogo interreligioso, el ecuménico es sólo entre los cristianos).
 
Uno de los traspiés más comunes de la prensa en general es la desacertada identificación de la opinión de cardenales, obispos, sacerdotes o laicos destacados, con el juicio oficial de la Santa Sede. «El Vaticano dijo…», se suele señalar muy frecuentemente. Pero la realidad es otra. Es verdad que la voz de personajes de tal envergadura tiene una resonancia importante, pero nunca será lo mismo una declaración a título personal, independientemente del tema, que la del Vaticano como Estado soberano o de la Santa Sede como órgano rector de la vida de la Iglesia en general. Sería como decir que porque un ciudadano importante de tal país declaró tal o cual cosa, ese es el parecer y sentir oficial del país del que es originario.
 
De hecho, otro escollo usual es la equiparación del Vaticano a Santa Sede siendo dos realidades cercanas pero distintas. La Ciudad del Vaticano es un Estado libre y soberano mientras que la Santa Sede es la jurisdicción y potestad del Papa en la vida de la Iglesia católica de todo el mundo.
 
Otro de los deslices muy socorridos es citar un párrafo o palabras fuera del contexto y el todo de un discurso, homilía, declaración de prensa u otros, presentándolos según el objetivo de quien lo hace. Las consecuencias las conocemos: todavía están frescos los tristes sucesos que ocurrieron en muchas partes del mundo a raíz de una cita que la BBC de Londres sacó y difundió de la lectio magistralis de Benedicto XVI en la universidad de Ratisbona.
 
Y es que en este tipo de omisiones malintencionadas está en juego ya no sólo el que el núcleo de lo dicho llegue diáfano al receptor, como todo auditorio merece, sino la renuncia a informar con transparencia.
 
Si un medio de comunicación no brinda el texto íntegro, nos corresponde buscar la fuente original, confrontar y, en caso de corroborar la falta de transparencia, cambiar de medio de comunicación por respeto a nosotros mismos. Y es que tenemos el derecho a conocer la verdad, no sucedáneos amañados de opiniones sectarias.
 
También ocurre que algunos periódicos (por ejemplo el grupo Reforma de México), suelen colocar como fuentes de algunos reportes declaraciones «anónimas» que dan algunas personas a sus «corresponsales» en otros países. Medios como ese engañan pues ni tienen corresponsales en otros lugares como Roma, y el recurso a la omisión del nombre de los declarantes pone en duda la veracidad de la misma declaración.
 
Un recurso muy usado para minusvalorar la fe es la banalización o ridiculización que de algunos actos de piedad religiosa católica se hace. Es verdad que hay algunos casos en que la piedad popular se ha alejado de la razón última y sentido de sí misma, pero una desorientación puntual no significa que todas lo estén.
 
En la mayoría de los casos, quienes se mofan de peregrinaciones, critican advocaciones marianas o acusan de simplismo religioso y exageración irracional de la fe a algunas devociones, no tienen los conocimientos religiosos y desconocen también los lazos que la fe y razón llevan en última instancia.
 
El fervor religioso católico manifestado con actos de piedad popular es la sencilla expresión externa de una razón más profunda que de otra manera no hallaría salida. Quien no los comprende, sea porque los desconoce y no los ha profundizado, sea porque no quiere acercarse a ellos y desprenderse de su ignorancia, no tiene el derecho a burlarse de la fe de otros.
 
La equiparación de todas las religiones es otro tropiezo que en el mundo de los medios ocurre. Muchas personas, sobre todo jóvenes, sienten esa apatía general a la religión al constatar que «son iguales» y, si lo son, ¿entonces por qué hay división?
 
Ya no resulta tan evidente, al menos para quienes no tienen una formación cultural, histórica y religiosa sólida, que las religiones son bien diversas y, por tanto, no son iguales. El caso que nos ocupa, el de la católica, ha mostrado a lo largo de la historia, a diferencia de otras, que es la única capaz de dialogar con la razón pues, como depositaria de la Verdad, no podía ser de otra manera.
 
Sin embargo, los medios hacen aparecer a todas las religiones como iguales al colocarlas al mismo nivel. No importa cuál es la verdadera sino en cuál te sientes bien. Y esto, para el catolicismo que pone a la base la razón y no el sentimiento, la exigencia y no la comodidad, pues claro que es perjudicial. Es ya una forma de desacreditación, de ahí que se conceda amplios espacios, sin distinguir y orientar convenientemente, a tratar toda información religiosa como un tianguis de opiniones que, a efectos prácticos, dan lo mismo bajo matices diversos.