Estamos en la semana de las píldoras, ese formato de medicamento tan cómodo y que cura cualquier problema, físico, psíquico, mental, espiritual… Hemos asistido a la carta de ciudadanía de la PDD, o Píldora del Día Después, y al nacimiento de la PLPG, la píldora para la Ley General de Presupuestos. Con estas píldoras, ¿para qué buscar virus y bacterias que dañen nuestra salud? Si ya tenemos bastante.
 
Se ha hablado mucho de la primera píldora. Supongo de buena fe que alguien la defiende (¿o el gobierno promueve lo indefendible?), porque la han llovido críticas por todas partes. Como no quiero llover sobre mojado, me limito a citar una frase sobre el supuesto «derecho a abortar»: La exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes. Los derechos individuales, desvinculados de un conjunto de deberes que les dé un sentido profundo, se desquician y dan lugar a una espiral de exigencias prácticamente ilimitada y carente de criterios. Sabiduría alemana y divina. O dicho en palabras más sencillas, y un tanto crueles: si hoy no respetan el derecho a la vida de un niño, ¿por qué te extrañarse de que alguien no respete tu derecho a la vida?
 
Dejo esta píldora, muy comentada ya, y quisiera hablar de la PLPG, la píldora para la Ley General de Presupuestos. Y creo que este lugar es muy apropiado, Religión en Libertad.. Se nos ha presentado con un envoltorio muy concreto, casi espiritual, religioso, divino: la solidaridad. Pero ¿qué es la solidaridad, esa palabra de la que hoy se presume tanto? La primera idea que viene a la mente al oír solidaridad es, casi seguro, fraternidad (libertad, igualdad, fraternidad, decían los franceses, y toda Europa, a finales del siglo XVIII). Pero si entre los seres humanos hay una fraternidad, ¿no será que todos tenemos un padre común, un Padre? Las palabras hablan por sí mismas.
 
En su reciente análisis económico y socio-cultural (además de texto magisterial), Benedicto XVI encuadraba la solidaridad en un entorno de mercado, de economía. El dinero, que no es lo principal pero sí un bien necesario, configura parte de nuestra vida. Si no queremos fenecer en el círculo vicioso y cerrado del materialismo, necesitamos que ese bien, el mercado, la economía, no se salgan sus dos vías clave: la justicia y el bien común. ¿Se imaginan un tren subiendo por una ladera, campo través, sin unas vías que le faciliten el desplazamiento? Éso es la economía sin estos dos raíles.
 
Justicia es dar a cada uno lo suyo –no necesariamente lo mismo en cantidad-, al trabajador lo mismo que al parado, al desempleado de Madrid lo mismo que al desempleado de Andalucía, al niño en el vientre de su madre que al niño, con pocos días más, en una incubadora después de un parto prematuro. Ni más ni menos. Y el bien común es la promoción de todos los hombres, y de todo el hombre, sea en la comida que necesita, en la educación que recibe, en la información verídica que se le proporciona, en el lugar justo del sexo dentro de la esfera del hombre… Y ya me he salido del tema económico, pero es que estos dos rieles vertebran toda la realidad social del hombre. Si la economía enciende la luz de alerta, quizá tengamos que encender las alertas también en el resto de la existencia humana.
 
Volvamos a la economía, y a esta palabrita, solidaridad. En la dinámica de nuestro tren económico, avanzando por las vías de la justicia y el bien común, se puede entender mejor las 3 lógicas de la economía, complementarias y enriquecedoras entre sí:
 
La lógica del contrato que regular las relaciones de intercambio entre valores equivalentes.

La lógica de la justicia: leyes justas y formas de redistribución guiadas por la política, esa actividad de servicio a la polis, a la ciudad. (servir a, no servirse de).

La lógica del amor: obras caracterizadas por el espíritu del don sin contrapartida.
 
Dejo al lector que acepte o rechace este envoltorio de la PLPG, y la conveniencia o equivocación económica de tales medidas. Economistas tiene el país, además de la multitud de economistas más domésticas. Yo me limito a recordar este gran principio de la solidaridad: solidaridad significa que todos se sientan responsables de todos, que todos formamos parte de esta sociedad. Si no se protege la vida de un inocente, un principio tan evidente incluso para las tribus más aisladas y «subdesarrolladas» de la selva brasileña, ¿cómo se va a respetar un principio más complejo, más elaborado, como es el de una economía justa?
 
Afortunadamente no todo es materialismo, bien de consumo, provecho personal hasta el desprecio del otro. Hoy, como ayer, seguimos viendo a personas que trabajan desinteresadamente por nuestra sociedad, que cuidad enfermos y ancianos por la cara, que difunden valores y luchan por una sociedad más humana.