Podemos definir la pastoral familiar como el conjunto de actividades mediante las cuales se construye la Iglesia como pueblo de Dios a partir de las familias. Para que la familia pueda ser escuela de fe y pueda ayudar a los padres a ser los primeros catequistas de sus hijos, la pastoral familiar debe ofrecer espacios formativos, materiales catequéticos, momentos celebrativos, que le permitan cumplir con su misión educativa. Esta pastoral debe ante todo animar a los matrimonios y familias a continuar en el camino exigente del amor verdadero, ayudándoles a tomar conciencia de su propio ser y misión.

Si el ser humano vive su existencia en el marco de una familia, éste es el primer modo en el que la Iglesia se acerca al hombre. Afortunadamente se ha avanzado mucho en el convencimiento de que hay que atender mejor pastoralmente a las familias, si bien existe el problema de que muchas veces no se sabe cómo hacerlo.

La pastoral familiar debe extenderse desde la infancia a la vejez, desde el antes prematrimonial de niños y jóvenes, hasta el después de la viudez y ancianidad, no debiendo haber ni espacios vacíos ni abandonos temporales.

Seguramente son los esposos cristianos los mejores agentes de pastoral en el campo de la catequesis de niños y jóvenes y en su educación afectivosexual, en la formación de monitores, en la preparación de los novios para el matrimonio, en la enseñanza de los métodos naturales para conocer su fertilidad, en la promoción de grupos de matrimonios jóvenes, sobre todo en los barrios y zonas rurales, en la mayor atención a los ancianos y a las familias con problemas de todo tipo, en la ayuda a las parejas en crisis, en los consultorios y servicios de acogida y orientación familiar, que son servicios profesionales especializados de atención integral a los problemas familiares en todas sus dimensiones, por medio de organismos interdisciplinares creados para atender estas necesidades, sobre todo en el caso de familias en situación difícil o irregular, con un trabajo de equipo cuyo fin es ayudar a conseguir una vida personal, conyugal y familiar equilibrada, inspirados en la fe cristiana y en las enseñanzas de la Iglesia, donde el ideal sería que esta ayuda pudiese empezar a darse antes de que se produzcan las situaciones irreversibles, todo ello en colaboración con las iglesias locales y muy especialmente con los movimientos familiares y con las parroquias, pues los esposos y familias cristianas no sólo están necesitados de una amplia atención pastoral, sino que ellas mismas están llamadas al apostolado.

La propia familia debe ser el lugar primero de realización de la vocación apostólica de los cónyuges. El primer apostolado del laico cristiano debe ser su propia familia, sabiendo entregarle su tiempo y persona. Por ello, aunque generalmente es bueno realizar tareas apostólicas fuera de casa, hay que evitar el sobrecargarse para evitar los conflictos con el cónyuge y desatender a los hijos.

Las otras familias y todo lo que se refiere al ámbito familiar son el espacio siguiente, existiendo cada vez más parejas y familias creyentes que buscan grupos con los que pueden identificarse a la hora de expresar y vivir sus creencias. Pero también la parroquia y sus grupos desde y en la misma parroquia tienen un lugar privilegiado en la vida cristiana familiar, sin olvidarnos del ámbito social, que necesita evangelizadores capacitados y comprometidos, pues la espiritualidad lleva consigo la exigencia del compromiso, debiendo ser la calidad evangelizadora de la pareja la medida de su espiritualidad matrimonial.

Conviene procurar que mediante una educación evangélica cada vez más completa y una formación continuada, las familias cristianas sean focos ejemplares de espiritualidad que testimonien la posibilidad de un matrimonio vivido de manera plenamente conforme al proyecto de Dios y a las exigencias de la persona humana. En este punto están realizando una interesante tarea los llamados Institutos de la Familia, como centros de pensamiento e investigación al servicio de la familia y de la sociedad, que tratan de iluminar las razones y motivos de la enseñanza de la Iglesia, y es que la mejor manera de realizar una buena praxis es tener ideas claras gracias a una buena teoría que nos permita conocer lo que nos pide el evangelio y lo que está en desacuerdo con él.

Muchas familias, sin embargo, no han descubierto la urgencia de su misión o se consideran íntimamente incapacitadas por falta de vigor en su fe personal o en su vida cristiana conyugal, aunque cada vez hay más familias que adquieren conciencia de ser Iglesia, se han sentido llamadas y responden a la tarea de evangelizar. La vida, oración y pensamiento que se vivencian en la célula básica eclesial que son estas familias, deben influir en toda la vida de la Iglesia y especialmente en su organización pastoral.