En el Telediario del domingo 3 de enero de las nueve de la noche de la Primera Cadena, unas presuntas expertas en educación infantil y maestras hablaron sobre lo que había que regalar a los niños y niñas con motivo de los Reyes Magos. Su tesis era que había que evitar los juguetes sexistas. Una madre de familia que también vio ese telediario me comentaba que lo tenían difícil, porque si tú pones una serie de juguetes en una guardería a disposición de niños y niñas, unos y otros espontáneamente se van a por los juguetes propios de su sexo, no los del contrario. Me dijo también que una madre que conozca mínimamente a sus hijos sabe qué juguetes les pueden hacer ilusión y cuáles no.

Personalmente me pareció, y desgraciadamente creo que no me equivoco, que detrás de las opiniones de esas seudoexpertas está la ideología de género y el tratar de convencernos que la homosexualidad es algo estupendo. A quien piense que exagero le recordaré que bastante recientemente el Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades, organismo dependiente del Ministerio de Sanidad, ha publicado un trabajo de 184 páginas titulado: Abrazar la diversidad: propuestas para una educación libre de acoso homofóbico y transfóbico, en el que podemos leer: “Favorece las celebraciones del día del Orgullo LGBT, Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia, de la lucha contra el VIH-SIDA, semana de la diversidad sexual y de identidad de género así como otros eventos de sensibilización para toda la comunidad educativa. Asegúrate de que todos los eventos celebrados en el ámbito escolar sean inclusivos para las personas LGBT y sus familias. Por ejemplo, celebrando el día de las familias en lugar del día del padre o de la madre” (p. 40). Está claro que una persona homosexual merece respeto, tiene mi misma dignidad, pero fomentar y favorecer la homosexualidad es otra cosa.

Y nosotros ¿qué tenemos que pensar? La Biblia nos dice: “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó, y los creó macho y hembra" (Gen 1,27). En el origen de la humanidad está la familia, siendo el matrimonio el único ámbito en el que la sexualidad puede desarrollarse al servicio del amor y de la vida. En consecuencia la sexualidad, entendida como diversificación entre el varón y la mujer, y como anhelo de integración recíproca, es algo que Dios ha querido, pues la plenitud humana no está ni en lo masculino, ni en lo femenino, sino en la reciprocidad y complementariedad de ambos.

No existe, por tanto, en los relatos de la creación ningún rastro de desprecio hacia la sexualidad humana, sino por el contrario una concepción sumamente positiva de ésta, pues no queda reducida a la simple dimensión genital, sino que afecta a todo el ser, en sus dimensiones corporal y espiritual. Los textos bíblicos enseñan que somos seres sexuados masculinos o femeninos y que la sexualidad es digna y buena, formando parte del plan original de Dios sobre la humanidad. La clave para interpretar la conducta sexual del ser humano es el amor. Creada y querida por Dios, objeto de su bendición que se expresa en la fecundidad (Gén 22,17), la sexualidad por su mismo origen es santa, y forma parte de las cosas buenas creadas por Dios.

En Gén 1,26-28 no sólo se nos presenta al varón y a la mujer como iguales, cada uno con su propia identidad sexual, sino que también se nos indica cuál es el principio y el fundamento de la igualdad: tanto él como ella han sido creados a imagen y semejanza de Dios, que les impulsa a amarse, puesto que Dios es amor (1 Jn 4,8 y 16). Iniciado a la existencia como consecuencia de un acto de amor, el ser humano tiene suma necesidad de una relación de amor. Más aún, es el ser humano completo, es decir tanto el varón como la mujer y precisamente como complementarios, hechos para funcionar en armonía, pues es el conjunto de sus cualidades masculinas y femeninas, lo que está hecho a imagen y semejanza de Dios y lo que debe alcanzar su perfección en una comunidad de vida y amor.

El sexo es, o al menos debiera ser, la forma suprema del amor a través del cuerpo, y lleva consigo la entrega total que conduce a ser fecundo. El hecho de ser hombre o mujer no sólo implica que tengamos órganos masculinos o femeninos, sino también se refiere a nuestros sentimientos, comportamientos, y actitudes.