Así titulaba Leonardo Castellani un incisivo y desternillante artículo en el que recomendaba volver a la «disciplina del arcano». Los paganos de los primeros siglos entendían los misterios de la fe cristiana de forma disparatada y tremebunda. Así, por ejemplo, habiendo escuchado a medias el relato de la Navidad, pensaban que los cristianos adoraban a los niños; y luego, cuando se enteraban de que en sus misas tomaban el cuerpo y la sangre de su dios, pensaban que descuartizaban niños y se los comían crudos. Así que San Agustín pidió a los cristianos que no hablasen a los paganos del misterio de la Eucaristía. En lo que no hacían sino cumplir con el consejo evangélico: «No deis a los perros lo que es santo; no echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen y después, volviéndose, os despedacen».

Castellani observaba que se estaba acercando otra época en la que los cristianos ya no podrían proclamar alegremente su fe en los terrados. Y recomendaba jocosamente a los obispos que, en lugar de afanarse en tratados de apologética que los zoquetes no podían digerir (aunque luego crean en el cambio climático o en el darwinismo o en el espiritismo o en cualquier otra patochada), se burlaran de ellos, contándoles las trolas más rocambolescas; por ejemplo, que la Santísima Trinidad está compuesta por la paloma del Espíritu Santo, el Cordero de Dios y el buey del portal de Belén. Esta trola, sin embargo, que en la época de Castellani sería inocua, hoy podría costar a quien la contase una acusación de zoofilia, o de maltrato animal. Pues desde que Castellani propusiese volver a la disciplina del arcano el panorama se ha enturbiado mucho.

Hoy los obispos, desde luego, no se afanan demasiado escribiendo tratados de apologética. Pero ya ni siquiera pueden repetir con el Génesis aquello de «hombre y mujer los creó», pues pueden provocar que cualquier zoquete les ponga una denuncia por transfobia. Ni tampoco pueden pedir a los fieles que recen por España, pues cualquier zoquete puede considerar que están exhortando a la rebelión (o a la sedición, si el obispo es indepe). El otro día causó gran polvareda entre los zoquetes los «materiales» de un cursillo prematrimonial donde los obispos exhortan al marido a llevar a los niños al parque, para que la esposa se pueda echar una siestecita y así luego se entregue con más ganas al «encuentro sexual». Ciertamente, los obispos se han vuelto unos cursis redomados; pues a eso que ahora llaman «encuentro sexual» lo llamaron siempre los moralistas el débito conyugal (y algún arcipreste lo llamó «juntamiento con hembra placentera»); pero sorprende que un consejo tan bonachón (que más parece de cura borono que de obispo) moleste a los zoquetes de nuestra época, que deben de pensar que es heteropatriarcal pretender que las mujeres se ablanden porque los maridos lleven a los niños al parque, o simplemente afirmar que las mujeres se cansan, o cualquier otra demencia de gentes hirsutas y viragos que sólo piensan en la lucha de sexos y en el modo de convertir los hogares en campos de Agramante donde nadie debe nada a nadie.

No estaría mal que los obispos se dejasen de tantos «materiales» y «cursillos» que, por tocar materias delicadas, deberían reservarse para la confesión, la dirección espiritual o el consejo privado de sacristía. Y que, cuando se andan cacareando por ahí, terminan derivando en jerga cursi, o sacando de sus casillas a los zoquetes. Contra el cacareo, la disciplina del arcano con los zoquetes; y, con los propios, la apologética. Pero a los obispos, desde que se juntan en esos parlamentos de la señorita Pepis llamados conferencias episcopales, les gusta más el cacareo que a un tonto una tiza.

Publicado en ABC.