Seguimos subiendo la cuesta de septiembre, y para muchos parece más empinada que la de enero. El primero de septiembre se abrieron los colegios, todavía sólo para los profesores y demás personal administrativo. Y se respira en el aire “la vuelta al cole”, el colegio de pequeños y el de grandes. En pocos días los niños volverán a ocupar sus aulas, sus recreos, las calles y rutas de ida y vuelta. “Qué pena”, comentan algunos. “Qué alegría, por fin” dicen otros. Y muchos también hemos vuelto al “cole de mayores”, a la oficina, al despacho, al estudio, a la tienda, o al despacho móvil de los autónomos. Algunos, demasiados, acuden al colegio del INEM, de la búsqueda de trabajo. Las vacaciones han acabado, y para todos empieza, o debería empezar, el colegio.
 
El “colegio internacional” de este nuevo curso llega con una asignatura pendiente, y muy seria. Parece que seguimos suspendiendo curso, y los exámenes de septiembre son inminentes. ¿Los protagonistas? Miles y miles de inmigrantes, fugitivos de una terrible guerra, que llaman a nuestras puertas, o nos interpelan desde una estación de ferrocarril abarrotada por familias desesperadas, un camión frigorífico lleno de cadáveres, o un pequeño barco (nombre muy generoso) lleno de mujeres y niños, al borde del naufragio
 
Mal inicio del curso internacional. ¿Pero qué ha sucedido durante el curso? ¿Durante esos meses que nos parecen tan lejanos, sólo porque nos hemos ido dos semanas a la playa? Antes de que empezase el curso pasado, por los meses de julio y agosto de 2014, ya nos empezaron a llegar avisos importantes de esta asignatura pendiente. En Siria y en otros países árabes el radicalismo islámico, el auto-denominado estado islámico, ya causaba numerosas muertes y movía un elevado número de refugiados. La libertad y los derechos básicos, principalmente de los cristianos, pero también de sus mismos correligionarios moderados, eran pisoteados por estos radicales. La situación se hace cada vez más urgente y desesperada, y el tiempo, como tantas veces, corre en nuestra contra
 
¿Qué postura toma la Iglesia ante este drama de la inmigración, la inmigración por pobreza y la inmigración por salvar la vida de un territorio en guerra y vandalismo? Modestamente por mi parte, creo que podría resumirse en dos llamados a la solidaridad.
 
En primer lugar, una solidaridad inmediata, práctica, concreta. Muchos, sobre todo niños y mujeres, sufren el hambre, la enfermedad, durante la huida y mientras intentan llegar a buen puerto. Una asociación alemana, tan meticulosa como cualquier buen proyecto alemán, está la cabeza de esta solidaridad inmediata en Siria e Irak. Su nombre, Ayuda a la Iglesia necesitada, o como la llaman en Italia, Aiuto alla Chiesa che soffre, Ayuda a la Iglesia que sufre, y todos somos Iglesia, hoy como bautizados, o en la búsqueda del bien, del amor, de Dios.
 
Pero hay otra faceta más importante, sobre todo porque puede y debe durar más. Es la solidaridad eclipsada, olvidada, oculta en los medios de comunicación: la solidaridad del cambio de corazón, y la conversión a la justicia. Es el trabajo bien hecho de cada uno, en el entorno familiar, profesional y  social. Es la madre de familia que educa a sus hijos para no tirar comida, para no malgastar los bienes que tiene a la mano. La honestidad del buen profesional que cumple con su trabajo, el buen empresario responsable y justo con sus empleados. Y con estas bases, el buen hacer de ese concejal, ese alcalde, ese cargo público que maneja un presupuesto, no para su bien, sino para el bien de la sociedad. Así se traduce el amor sincero al prójimo, al que está cerca, al que se acerca, y también al que no puede acercarse.
 
Estudiemos en este nuevo curso la asignatura de la solidaridad, la solidaridad inmediata, y la solidaridad del corazón. Los colegios, y también el colegio internacional, se basa cada vez más en la evaluación continua, en lo que vamos haciendo aquí y ahora; en nuestras manos está la solidaridad de hoy, y sobre todo la solidaridad del mañana. ¿Qué nota queremos sacar?