Comienza el nuevo año y los propósitos son los de siempre, para que nos vamos a engañar: dieta, deporte e inglés... Pero hay un pensamiento que me martillea en los últimos días: "Déjate amar por Dios". Me viene a la cabeza una y otra vez; de forma reiterativa, y, al final, lo he acogido como el propósito-guía para el nuevo año.

Y, ¿qué significa eso? Creo que una verdadera aventura... Los cristianos viejos ya sabemos lo que es "amar a Dios". De buena fe ofrecemos al Padre todas buenas obras que hacemos; el comportamiento recto; el cumplimiento de los mandatos... Somos unos buenos cristianos. Estamos satisfechos y tranquilos ya que sabemos que nuestra ejemplar vida nos da derecho a un trozo de Cielo.

Amamos a Dios; pero Dios no siempre está en nuestra vida. Muchas veces ese protagonismo está usurpado por nosotros mismos, y la vida espiritual se convierte en un estéril mirarse el ombligo.

Dice el Papa Francisco que "es más fácil amar a Dios, que dejarse amar por Él". Y bien lo sé yo. "Amar a Dios" significa tomar la iniciativa sin reparar en que Él la tomó mucho antes que nosotros; además de intentar "ganar" su Amor a base de mucho esfuerzo, sin percatarnos de su misericordia gratuita.

Sin embargo, si decides "dejarte amar por Dios" entras en una auténtica aventura en dónde debes abandonar tus seguridades. No debes programar, ni decidir, ni actuar. Da vértigo, ¿verdad? Es algo casi irracional; humanamente poco comprensible. Tienes que dejar a un lado todo aquello que te ancla y te da estabilidad para poderte fiar sólo de Él. Para confiar sólo en Él. Todo lo humano pasa a un segundo plano. Sólo cuenta Él. "Jesús confío en Tí".

Entonces, tus problemas ya no los solucionas tú, sino que se los das a Dios para que sea Él quién los encauce de la manera más conveniente. Es Jesús quién te dice: "Dame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor".

"Déjate amar por Dios", el propósito-guía para el nuevo año.

Álex Rosal es director de Religión en Libertad

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