En cada aeropuerto busco la capilla para rezar un rato y pedir a Jesús que me lleve y me traiga con bien. Al regresar no suele ser tan fácil porque se sale por otro sitio y, además, apurado. «De todas formas, llegando a casa nos encontramos». Por suerte, en muchos aeropuertos, hay capillas con el Santísimo, comenzando por Lima. Pero ahora quiero referirme a la capilla de la terminal 4 de Madrid. Como siempre, en medio de correrías y apuros, la capilla del aeropuerto es un remanso de paz. Algunas veces, incluso, he celebrado la Santa Misa en la capilla siempre bien cuidada. Pero el detalle de la capilla de la terminal 4 es que tiene un lindo sagrario y han colocado en su puerta un bello icono del Perpetuo Socorro. Allí se ve a la Madre estrechando la mano del pequeño Jesús, que pierde su sandalia al correr hacia ella. Pero aquí hay una novedad para quien quiera profundizar. Me imaginaba que la Virgen María habla al corazón de cada uno de los que le visitan: «¿Te gusta mi Hijo? ¡Es tuyo! Pero el que estás viendo y que preside el altar ése no es mi Hijo. Es su imagen. Mi Hijo es, aunque no lo veas, el que está detrás de esta puerta. Este es el tesoro del aeropuerto. Muchos lo desconocen porque no saben buscar un remanso de paz. Todos cruzan apurados el aeropuerto de un lado a otro. Aquí se cruzan los corazones que no quisieran despedirse y llueven lágrimas. Aquí los aventureros que quieren negocios y fiestas. Aquí los que buscan satisfacer sus pasiones y amores imposibles. Todos corren buscando caminos nuevos. Pero son pocos los que saben que mi Hijo es el camino. El verdadero. Mi Hijo no cierra caminos, los abre. A veces tiene que llamar la atención a quienes se equivocan, pero nunca les quita la libertad. Está detrás de mí. Si quieres puede ser tuyo. Yo te lo di en Belén y Él prolongó su presencia bajo las especias de pan y vino». Es fácil también soñar en frases del Evangelio, que Jesús, el que está detrás del pequeño que sostiene María en sus brazos, dice también: «Yo soy camino y pongo luz en los caminos. Pongo esperanza, ayudo las ilusiones, aumento las alegrías, acorto las distancias. Sí. Porque las distancias no las hacen los kilómetros sino el corazón. Y cuando hay penas, enfermedad y muerte, yo consuelo con la verdad definitiva: El que cree en mí no morirá para siempre. El que coma mi carne y beba mi sangre tendrá vida eterna». Por eso aquí, en el aeropuerto, hay misa diariamente. Muchos comulgan. Y la Virgen del Perpetuo Socorro repite a todos: mi Hijo es la piedra preciosa. Es el tesoro siempre a tu disposición. Lo tienes aquí. Abre la puerta y cómelo. Al salir de este aeropuerto madrileño, los peregrinos visitamos este sagrario y nos pareció que la Virgen del Perpetuo Socorro nos decía: Ahora sí, ¡buen viaje! *Monseñor José Ignacio Alemany es obispo emérito de Chachapoyas (Perú). * Publicado en www.periodismocatolico.com