Prácticamente a la vez, se han escrito dos libros bastante importantes sobre Jesús de Nazaret. Los dos en su primera edición española son de Septiembre del 2007, aunque la primera edición vaticana del libro de Ratzinger sea un poco anterior, pero del mismo año. Uno es el de José Antonio Pagola “Jesús. Aproximación histórica” y el otro es el de José Ratzinger-Benedicto XVI “Jesús de Nazaret”. A pesar que ambos estudian el mismo personaje, son, sin embargo, dos libros bastante diferentes. El de Pagola, ha ocasionado una reacción de preocupación y de extrañeza en bastantes de sus lectores, lo que ha ocasionado una Nota del 18-VI-2008 de nuestra Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe cuya conclusión cito: “Teniendo en cuenta cuanto se lleva dicho, se puede afirmar que el autor parece sugerir indirectamente que algunas propuestas fundamentales de la doctrina católica carecen de fundamento histórico en Jesús. Este modo de proceder es dañino, pues acaba deslegitimando la enseñanza de la Iglesia al carecer –según el autor- de enraizamiento real en Jesús y en la historia. En el libro no se quiere negar esa enseñanza, pero, de hecho, se muestra infundada. En el origen de las cuestiones señaladas se encuentran dos presupuestos que condicionan negativamente la obra: la ruptura entre la investigación histórica de Jesús y la fe en Él, y la interpretación de la Sagrada Escritura al margen de la Tradición viva de la Iglesia. El autor parece dar a entender que, para mostrar la historia se debe dejar de lado la fe, logrando como resultado una historia que es incompatible con la fe”. Creo que se puede decir que el libro de Pagola representa el punto de vista de unos cuantos exegetas que insisten en el Jesús histórico, con un cierto o total menoscabo del Cristo de la fe. En cambio, en el libro de Ratzinger, ya desde el Prólogo está clara la intención del actual Papa de mantener la unión entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe, porque si la separación entre ambos se consumara nos encontraríamos con una figura radicalmente incompleta y, por tanto, falsa. Ya en el primer párrafo nos dice cómo en los años treinta y cuarenta del pasado siglo se presentaba la figura de Jesús a partir de los Evangelios, pero “en los años cincuenta comenzó a cambiar la situación. La grieta entre el ‘Jesús histórico’ y el ‘Cristo de la fe’ se hizo cada vez más profunda; a ojos vistas se alejaban uno del otro”. Fue Schnackenburg quien percibió el peligro que de esta situación se derivaba para la fe, siendo para él el método histórico-crítico a la vez necesario e insuficiente. Para Ratzinger “el método histórico es y sigue siendo una dimensión del trabajo exegético a la que no se puede renunciar. En efecto, para la fe bíblica es fundamental referirse a hechos históricos reales. Ella no cuenta leyendas como símbolos de verdades que van más allá de la historia, sino que se basa en la historia ocurrida sobre la faz de esta tierra. El factum historicum no es para ella una clave simbólica que se pueda sustituir, sino un fundamento constitutivo; et incarnatus est: con estas palabras profesamos la entrada efectiva de Dios en la historia real. Si dejamos de lado esta historia, la fe cristiana como tal queda eliminada y trasformada en otra religión”. Ahora bien el método histórico-crítico “no agota el cometido de la interpretación para quien ve en los textos bíblicos la única Sagrada Escritura y la cree inspirada por Dios”. En pocas palabras: el método histórico-crítico necesita el complemento de la fe: “Naturalmente, sigue diciendo el actual Papa, creer que precisamente como hombre Él era Dios, y que dio a conocer esto veladamente en las parábolas, pero cada vez de manera más inequívoca, es algo que supera las posibilidades del método histórico. Por el contrario, si a la luz de esta convicción de fe se leen los textos con el método histórico y con su apertura a lo que lo sobrepasa, éstos se abren de par en par para manifestar un camino y una figura dignos de fe”. “Yo sólo he intentado, más allá de la interpretación meramente histórico-crítica, aplicar los nuevos criterios metodológicos, que nos permiten hacer una interpretación propiamente teológica de la Biblia, que exigen la fe, sin por ello querer ni poder en modo alguno renunciar a la seriedad histórica”. En pocas palabras, entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe, Ratzinger sencillamente se queda con ambos y nos señala además que una separación radical entre ambos supone una falsificación de la fe cristiana, porque el Cristo de la fe tiene como fundamento al Jesús de la historia.