La semana pasada me prometí, y prometí a los lectores que tienen la paciencia de seguirme, que esta semana me ocuparía del gran tajo que le espera al nuevo arzobispo de Madrid, si algún día se produce el relevo del cardenal Rouco, que tal vez no suceda nunca. Quién sabe. No es que esté deseando que le acepten, ¡ya! la renuncia. En absoluto, estimo mucho al cardenal de Villalba, sólo que mis años pasan y me gustaría conocer al sustituto antes de que sea, para mí, demasiado tarde.

Pero la actualidad manda, y la gran noticia de estos días, a nuestros efectos, ha sido el cierre mediante el método de ordeno y mando de la capilla de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, que pastorea José Carrillo, de los Carrillo de toda la vida.

Este Carrillo de ahora es nieto del vallisoletano Wenceslao Carrillo Alonso-Forjador –con apellido compuesto y todo-, dirigente sindical y psoeísta desde su más tierna infancia. Colaboró estrechamente, como todos los socialistas de su época, con la dictadura de Primo de Rivera, a la que exprimieron a fondo en beneficio particular de los suyos. Cuando vieron que el tenderete dictatorial se venía abajo borboneado por Alfonso XIII, le dieron la espalda y ayudaron a darle la patada en el bullarengue. Cría cuervos.

En el gobierno de Largo Caballero durante la guerra civil, fue subsecretario de Gobernación, pero finalmente se sumó al golpe de estado contra Negrín que encabezó Casado, Besteiro y Cipriano Mera, para negociar con Franco una rendición negociada. ¡A buenas horas, mangas verdes!, dicen que pensó el gallego de Ferrol. ¡Si ya tenía toda la parva trillada!

Ya antes había aparecido en escena el Carrillo más ilustre de la saga, hijo del anterior, el Señor de Paracuellos, que enviaba o permitía enviar a las personas bajo su tutela, sin mucha distinción de sexos ni edades, a cavar las márgenes del río Jarama, donde los tutelados pudiera después criar malvas. Ecologista que era el hombre.

El Carrillo de nuestros días, don José, o tal vez simplemente Pepe, ya no manda fusilar a quienes considera enemigos políticos suyos. Sólo decide cerrar sus lugares de culto, que están ahí desde que se construyó la Ciudad Universitaria, y se edificaron precisamente para lo que han sido siempre: sitios de oración. Pero los oradores no pueden quejarse. Les ha cedido un cuarto trastero o algo así, que si no es muy apto para rezar, puede serlo al menos para guardar los cubos y fregonas de las capillas inexistentes.

Por eso digo que los Carrillo han mejorado mucho. Entre fusilar y desahuciar por las bravas dista un abismo. Además existen otras capillas, que si no las clausuran, tendrán que pagar un canon, como está mandado. Pero tampoco es igual cerrarlas que prenderles fuego, como se hacía en aquel tiempo.

Aquí todo el mundo ha de ser igual. Sólo que unos son siempre más iguales que otros. Ahí tenemos el ejemplo de “Podemos”, que tienen las aulas de la Complutense como espacios propios para su asambleas asamblearias, que diría mi escritor preferido, el mejicano Juan Rulfo, tan vagoneta como sublime. ¿Paga “Podemos” algún estipendio por ocupar salones universitarios, aunque únicamente sea para costear la limpieza de tanta mugre como dejan tras de sí? Señor don José Carrillo, Rector Magnífico, que se le ve el plumero. Lo mismo que a su lugarteniente en Geografía e Historia, el tal Luis Otero. Señores, un pelín de respeto a los demás, no hace daño al estómago.